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LA CRISIS LLEGÓ AL CENTRO Y LA GUERRA TAMBIÉN

por Hector Mondragon

La crisis económica internacional del 2001 ha llegado al centro mundial. En 1997-99 el derrumbe de las economías periféricas, del sureste asiático [Tailandia, Malasia, Indonesia], de Rusia, Colombia o Ecuador, fue capitalizado en la forma de migración masiva de capitales hacia Estados Unidos y Europa y el 99 y 2000 fueron años de auge en el centro, a costa de la desgracia de la periferia. Pero esta vez la succión de capitales no ha salvado a las metrópolis de la recesión y la crisis, como tampoco se salvó el Japón de seguir sumido en una larga depresión que sirve de reverso de la moneda del "milagro" de hace 50 años.

Las crisis por sí solas nunca han anunciado la muerte del capitalismo. La ruina de unos es aprovechada generalmente por los más grandes. 100 mil millones de dólares marcharon a las metrópolis gracias a la crisis 97-99 en la periferia y por efecto de la guerra en Kosovo y Yugoslavia se llenaron las arcas. La próspera economía central comenzó sin embargo a frenarse por el aumento de los precios del petróleo. Pero aun esto significaba que las 4 más grandes transnacionales petroleras multiplicaron sus ganancias como nunca antes.

El segundo semestre del 2000 significó de todos modos el tate quieto para las economías rectoras. No solamente la elevación de costos, producida por los altos precios del petróleo, sino fuerzas más poderosas del interior de la misma economía empezaron a actuar.

Además de la oleada de privatizaciones de áreas estratégicas en todos los países y del aumento de la explotación de los trabajadores de todo el mundo, en las raíces del auge estaba el aumento de la productividad logrado gracias al veloz avance tecnológico: electrónica, automatización, computadoras, internet, telefonía celular, telecomunicaciones. Pero los rendimientos económicos de las nuevas tecnologías comenzaron a ser decrecientes, los mercados mostraron sus límites y la tasa de ganancia comenzó a descender a finales del 2000.

Además, la periferia crujía nuevamente. Argentina y Turquía han sido los eslabones débiles del 2000. La bancarrota turca sirvió como oportunidad para presionar a privatizar las telecomunicaciones y la electricidad, como requisitos para la entrega de un crédito del FMI. Pero, en Argentina ya habían matado hace años la gallina de los huevos de oro y no hay ya nada que privatizar: a la receta de rebajar los salarios de los trabajadores, nada novedosa en el menú del FMI, se le agregó la realización de maniobras de tropas norteamericanas en territorio argentino y una base estadounidense en Tierra del Fuego.

Esta vez sin embargo el corto circuito está en el centro. En el estado de California, la crisis energética hizo que la "ineficiente" empresa estatal mexicana tuviera que auxiliar a las "eficientes" empresas privadas californianas quebradas todas fueran generadoras o distribuidoras de energía.

Los despidos masivos de trabajadores realizados por las transnacionales se volvieron cotidianos. Solamente en Estados Unidos fueron despedidas un millón de personas en los primeros 8 meses del 2001. Como siempre el capital encuentra las espaldas de los trabajadores para descargar sus crisis. Y encuentra también a los países de la periferia donde se vuelcan las transnacionales a pescar las últimas privatizaciones: la electricidad y los teléfonos de Nicaragua, Isagén, ISA, Emcali o la ETB en Colombia y desde luego un gran bocado en Suráfrica.

Con todo, fue por las propias empresas privatizadas de la periferia por donde se derrumbaron las esperanzas de estabilidad perpetua. La crisis argentina, por ejemplo, derribó la Bolsa de Valores de Madrid en razón de las inversiones españolas devaluadas en Buenos Aires. Las caídas de las Bolsas han bajado las barreras numéricas, de 10 mil puntos del índice Dow Jones en Wall Street el 6 de abril y el 7 de septiembre; los de 8 mil del IBEX en Madrid el 6 ; los 5 mil del FTSE de Londres ely los 300 de MerVal de Buenos Aires, 10 de septiembre; y el nivel más bajo en 17 años del Nikkei de Tokio.

La peor parte la ha llevado el índice Nasdaq de acciones de empresas tecnológicas. Señal de que la crisis es de fondo porque el motor del auge se ha recalentado, ya no encuentra mercado. Las corporaciones líderes como Intel de microprocesadores, Motorola y Nokia de teléfonos celulares y especialmente las telefónicas de toda Europa, han visto derrumbarse el precio de sus acciones. La empresas privadas de electricidad están en dificultades desde Gran Bretaña hasta Australia.

El choque en el centro retroalimenta las ondas de la crisis en la periferia. Las exportaciones de los países periféricos disminuyen. Así, la estrella del NAFTA, México, no ha podido evitar la recesión y la caída de la Bolsa, a pesar de contra en su favor con los precios altos del petróleo. Estados Unidos además incumple sus compromisos del NAFTA, la ley de embudo: no compró el azúcar convenido y para sorpresa de muchos, el Gobierno de Fox tuvo que nacionalizar los ingenios azucareros. Es desde luego otra nacionalización de pérdidas, como la de los bancos, hace años, que rescatados por el Estado fueron reprivatizados.

En la crisis se revela cómo el verdadero sentido de la privatización no es la eficiencia, sino la ganancia de los grandes empresarios.

Sin embargo, para que la crisis se convierta de una manera u otra en una nueva reconcentración de los monopolios transnacionales que se nutren de la propia desgracia que generan se necesita una condición: la pasividad de los trabajadores y los pueblos o su derrota.

Génova: la esperanza en el siglo XXI

Pero la crisis es también el torrente subterráneo que permite aflorar a las grandes luchas sociales históricas que enfrentan al capitalismo internacional. Desde las movilizaciones de Seattle contra la Organización Mundial de Comercio se veía una creciente resistencia de los trabajadores y la juventud contra toda la reorganización capitalista mundial en beneficio de las transnacionales a la que se ha denominado "globalización".

La crisis dio el impulso para que cientos de miles de personas en todo el mundo salten al escenario de las luchas sociales. En Estados Unidos y Europa la caída del ciclo económico ha coincidido con el ascenso de las movilizaciones, en escalas que el capital creía que no volvería a sentir.

Los filósofos del "Fin de la Historia" creían que podían hablar de las luchas anticapitalistas como de una pasado superado. Las luchas juveniles de 1968, los 60 y los 70 parecían tan envejecidas como sus protagonistas y como aquellos episodios, que apenas merecían remembranzas.

Pero hemos sido testigos y los seguimos siendo de las más grandes movilizaciones de jóvenes y trabajadores en las propias metrópolis capitalistas, donde las multitudes han desplegado una energía y una combatividad que prometen mantenerse y desplegarse. En Québec contra el proyecto del ALCA, en Washington, Praga, Davos, Göteborg y Barcelona contra el Banco Mundial, el FMI y Bush.

Esta tónica diversa y multiforme de la lucha masiva es "la irrupción en la escena política de una nueva generación, capaz de articular, catalizar y revitalizar movimientos dispersos, cuestionando de forma global y radical el orden impuesto por el nuevo capitalismo encarnado en las políticas neoliberales".

Se acabó la aceptación fatalista del nuevo orden neoliberal. Se acabó la aceptación pasiva de la dominación global de las transnacionales y eso es el nuevo siglo que se gestó en Seattle y nació en Génova.

Para muchos la debilidad de tal movimiento es su heterogeneidad. Aunque su diversidad también es riqueza: unión de los obreros migrantes con los trabajadores europeos y sus sindicatos; de las ONGs con las organizaciones de base y con los partidos de izquierda; de las formas más novedosas de protesta, como las del Pink Block, con las organizaciones más tradicionales; del movimiento del Jubileo con los ecologistas, los comunistas y los anarquistas. Hay mucho debate. Inclusive hay infiltración de provocadores violentos como en el pasado. Hay una debilidad programática. Pero hay una fuerza histórica, que surge de la crisis y de las contradicciones del sistema. Es la cuestión que se resolverá o bien en el fortalecimiento y consolidación de este movimiento o mal en su derrota; y ese es el ser o no ser del siglo.

El espectro de la guerra

Y la esperanza se nubla. Con la crisis en el centro se pone en primer plano también la terrible realidad de la guerra, tal y como se evidenció en forma horrible en los sucesos del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Las guerras que habían ido a la periferia, a Irak, Palestina, Africa y los Balcanes afectaron a Estados Unidos en la forma del espantoso terrorismo de los aviones bomba.

Si la guerra sirve para acumular mayores capitales en el auge, se refuerza como necesidad de los capitalistas para resolver la crisis. En donde quiera que encuentre la gasolina, trata de poner el fuego: Niñas católicas atacadas por la ultraderecha unionista en Irlanda del Norte; militarización de Suramérica con bases en Ecuador, Antillas Holandesas, Brasil, Paraguay y Argentina, Argentina; las sucesivas guerras en Bosnia, Kosovo y Macedonia; los repetidos bombardeos a Irak durante 10 años; y especialmente la ruptura del proceso de paz palestino-israelí, tras el asesinato de Yitzak Rabin, han incubado, en el silencio de la periferia, la Tercera Guerra Mundial, que hasta ahora no llega como la catástrofe nuclear que nos acostumbramos a temer (que ha sido recordada por los planes del escudo nuclear antimisiles), sino que ha llegado en aviones que golpean a la inerme población civil de un país tras otro.

El terror de los aviones sobre la población civil, que se vio sobre Nueva York, es el enemigo número uno de la voluntad de cambio de l@s trabajadores y jóvenes del mundo. No es casual que el principal predicador de este terrorismo sea un burgués, en este caso árabe, que odia no solamente al imperio estadounidense sino, al movimiento mundial de la clase trabajadora y al proyecto alternativo socialista y libertario. Osama Ben Laden fue criado por la CIA para libra la guerra en Afganistán y es un producto por excelencia de la exportación silenciosa de la guerra a la periferia.

Los pueblos del mundo entero tienen razón de inquietarse por el significado profundo y terrible de estos atentados. Son la consecuencia del agravamiento de todas las contradicciones de la "globalización". Para resolver estas contradicciones, no hay otra vía posible que trabajar en favor de la solidaridad con las víctimas de la guerra y de la explotación en el mundo entero y elevar aun más las reivindicaciones de justicia social, de democracia verdadera y de paz, como pensaron hacerlo decenas de miles de norteamericanos del 27 al 30 de septiembre, en las protestas que habían previsto contra el FMI, del 27 al 30 de septiembre en Washington.

Los hechos del 11 de septiembre se atraviesan en esta vía de hacer posible un mundo diferente, de paz y justicia social. Nos colocan en el camino de la guerra que le interesa al capital internacional para resolver su crisis. Para librar esta Tercera Guerra Mundial Estados Unidos apresta su Gran Coalición. El embajador de Colombia en Washington, veterano de las batallas de Chambacú y del Banco del Pacífico, anuncia que quiere subirse en este carro.

El mundo está hoy en la encrucijada en que lo ha puesto la globalización: o se toma el camino de la Tercera Guerra Mundial con Bush y Ben Laden o se avanza por la vía de Seattle y Génova.

La guerra responde a la necesidad de destruir físicamente los capitales competidores o devorarlos con las privatizaciones y las quiebras; a la necesidad de cobrar deudas cada vez más impagables como la de Argentina o la que se duplicó en Colombia entre 1992 y 1998 y a la necesidad imperial de reprimir la lucha de los pueblos, ya sean las mujeres afganas o los palestinos o los latinoamericanos.

Necesitamos la Paz. Hay un camino alternativo a la guerra: La movilización masiva de los pueblos. En el amanecer del 31 de julio, sin que nadie los coordinara, había bloqueos de carreteras desde Chiapas hasta Argentina, contando el paro agrario en Colombia.

En el amanecer del siglo XXI la protesta se extiende, mientras la represión y la guerra tratan de contenerla; la crisis está en el centro.

Héctor Mondragón, septiembre 12 de 2001


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