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Subcomandante Marcos: Otra geografía*

La torre de Babel: entre el maquillaje y el clóset

I.- Siglo XXI.

El nuevo siglo repite arriba la vocación de su antecesor: las propuestas políticas se fundamentan en la dominación o la exclusión del otro. ¿Qué hay de nuevo? Como antes, hoy se recurre a la guerra, a la mentira, a la simulación, a la muerte. El poder repite la historia y nos trata de convencer de que ahora sí va a hacer la plana con buena letra.

El proyecto de mundo del neoliberalismo no es más que una reedición de la torre de Babel. Según el relato del Génesis, empeñados en alcanzar las alturas, los hombres consensan un proyecto descomunal: construir una torre tan alta que alcance el cielo. El dios de los cristianos castiga su soberbia con la diversidad. Hablando lenguas diferentes, los hombres no pueden continuar con la edificación y se dispersan.

El neoliberalismo intenta la misma edificación, pero no para alcanzar un cielo improbable, sino para librarse de una buena vez de la diversidad, a la que considera una maldición, y para asegurar al poder el nunca de dejar de serlo. El anhelo de eternidad surge en los inicios de la historia escrita con quienes son poder.

Pero la torre de Babel neoliberal no se emprende sólo en el sentido de conseguir la homogeneidad necesaria para su construcción. La igualdad que destruye a la heterogeneidad es igualdad con un modelo. "Seamos iguales a esto", nos dice la nueva religión del dinero. Los hombres no se parecen a sí mismos, ni unos a otros, sino a un esquema que es impuesto por quien es el que hegemoniza, el que manda, el que está arriba de esa torre que es el mundo moderno. Abajo están todos los diferentes. Y la única igualdad que hay en los pisos inferiores es la de renunciar a ser diferentes u optar por serlo en forma vergonzante.

El nuevo dios del dinero repite la maldición primigenia pero a la inversa: sea condenado el diferente, el otro. En el papel del infierno: la cárcel y el cementerio. Al boom de las ganancias de las grandes empresas trasnacionales, lo acompaña la proliferación de prisiones y camposantos.

En la nueva torre de Babel la tarea común es la pleitesía al que manda. Y quien manda lo hace sólo porque suple la falta de razón con exceso de fuerza. El mandato es que todos los colores se maquillen y muestren el deslucido color del dinero, o que vistan su policromía sólo en la oscuridad de la vergüenza. El maquillaje o el clóset. Lo mismo para homosexuales, lesbianas, migrantes, musulmanes, indígenas, gente "de color", hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, inadaptados y todos los nombres que toman los otros en cualquier parte del mundo.

Este es el proyecto de la globalización: hacer del planeta una nueva torre de Babel. En todos los sentidos. Homogénea en su forma de pensar, en su cultura, en su patrón. Hegemonizada por quien tiene no la razón sino la fuerza.

Si en la torre de Babel de la prehistoria la unanimidad era posible por la palabra común (el mismo idioma), en la historia neoliberal el consenso se obtiene con los argumentos de la fuerza, las amenazas, las arbitrariedades, la guerra.

Puesto que vivir en el mundo es hacerlo en contigüidad con el diferente, las opciones que tenemos son entre ser dominante o dominado. Para lo primero el cupo está lleno y la membresía es hereditaria. En cambio, para ser dominado siempre hay vacantes y el único requisito es renegar de la diferencia o esconderla.

Pero hay diferentes que se niegan a dejar de serlo. Para quienes viven en la torre y no están en la cúspide, existen formas de enfrentar a esos "inadaptados": la condena o la indiferencia, el cinismo o la hipocresía. En las leyes de la torre neoliberal la posibilidad de reconocer la diferencia está penada. El único camino permitido es la sumisión de esa diferencia.

En la época moderna el Estado nacional es un castillo de naipes frente al viento neoliberal. Las clases políticas locales juegan a que son soberanas en la decisión de la forma y altura de la construcción, pero el poder económico hace tiempo que dejó de interesarse en ese juego y deja que los políticos locales y sus seguidores se diviertan... con una baraja que no les pertenece. Después de todo, la construcción que interesa es la de la nueva torre de Babel, y mientras no falten materias primas para su construcción (es decir, territorios destruidos y repoblados con la muerte), los capataces y comisarios de las políticas nacionales pueden continuar con el espectáculo (por cierto el más caro del mundo y el de menor asistencia).

En la nueva torre, la arquitectura es la guerra al diferente, las piedras son nuestros huesos y la argamasa es nuestra sangre. El gran asesino se esconde detrás del gran arquitecto (que si no se autonombra "Dios" es porque no quiere pecar de falsa modestia).

En el relato bíblico, el dios cristiano castiga la soberbia de los hombres con la diversidad. En la historia moderna del poder, dios no es más que el agente de relaciones públicas de la guerra (que sólo puede llamarse moderna por el número de muertes y la cuota de destrucción que cobra por minuto).

II.- La geografía de las palabras

Si la prehistoria terminó hace tres años o hace 20 siglos no parece importar mucho. Allá arriba, quienes son el poder y el destino, se empeñan en convencernos de que la historia se repite, a pesar de lo que digan los calendarios. La aniquiliación del diferente es moda siempre actualizada. Y, aunque en esencia, nada hay de diferente entre las catapultas del Imperio romano y las "bombas inteligentes" de Bush, ahora el avance tecnológico funciona como el nuevo capellán de las tropas de ocupación (pinta de bondad lo que no deja de ser un crimen a distancia) y el escenógrafo espectacular (los bombardeos por televisión se convierten en un entretenimiento de piroctenia "fascinante" -CNN dixit-).

Sin importar si nos damos cuenta o no, el poder construye e impone una nueva geografía de las palabras. Los nombres son los mismos, pero ha cambiado lo nombrado.

Así, el error es doctrina política y el acierto es herejía. El diferente es ahora el contrario, el otro es el enemigo. La democracia es la unanimidad en la obediencia. La libertad es sólo la libertad para elegir la forma de esconder nuestra diferencia. La paz es el sometimiento pasivo. Y la guerra es ahora un método pedagógico para enseñar geografía.

Donde faltan las razones, pululan los dogmas. El dogma primero respalda a la causa, después la deforma y la convierte en destino. En el largavistas del poder, el horizonte es siempre el mismo, inmutable y eterno. El lente del poder es un espejo. Lo diferente será siempre inesperado y a lo inesperado siempre se opondrá el miedo. Y el miedo siempre se hará fuerte en el dogma para aplastar lo inesperado. En el largavistas del poder, el mundo es plano, deslavado y sucio.

Si un estadista no puede ser recordado por su obra humanitaria, entonces que sea recordado por su obra criminal. Y así, la historia del poder se repite: los "próceres" de ayer hoy visten todas sus bajezas y rencores. Los "iluminados de Dios" de hoy, serán los herejes de mañana.

Las palabras cambian y también las imágenes. Antes, en la geografía de las estatuas, el dogma se hacía piedra para honrar a sus fanáticos. Hoy es en las portadas de las revistas, periódicos y noticieros televisivos y radiales, que el dogma guarda memoria de sí mismo en las hemerotecas, y se asegura de servir de coartada para los continuadores de las pesadillas fundamentalistas.

En la moderna teoría del Estado, los seres humanos nacen diferentes. Su incorporación a la sociedad consiste en un proceso de educación que sería la envidia del reformatorio más cruel. El esfuerzo de todo el aparato de Estado se dirige a "igualar" a ese ser humano, es decir, a homogeneizarlo bajo una hegemonía: la del que manda. El grado de éxito social, entonces, se mide según se acerque o se aleje de un modelo. La homogeneidad no es que todos seamos iguales, sino que todos tratemos de ser iguales a ese modelo. Y el modelo es aquel que se construye por quien es poder. La hegemonía no es sólo que uno mande, sino, además, que todos nos esforcemos por obedecerlo.

Ahí está la homogeneidad, no todos tenemos las mismas riquezas (y ni hablar de que unos pocos las tienen a costa de otros muchos) ni las mismas oportunidades, pero sí tenemos el mismo amo y la misma voluntad de obedecerlo (que es otra forma de decir "servirlo").

Cuando se nos hace el símil de la sociedad con la familia y se nos dice que debe haber reglas para la convivencia, se "olvida" que el problema son "esas" determinadas reglas. Ahí, las palabras cambian su geografía, no dicen ya lo que dicen, sino lo que quieren ellos, los que son poder, que digan.

En algún momento de la historia moderna la legalidad suple la legitimidad y cuando la legalidad es rota por los de arriba es que las leyes deben adecuarse. Cuando es rota por los de abajo, es que las leyes deben aplicarse... para castigar su incumplimiento.

III.- La geografía del poder

En la geografía del poder uno no nace en una parte del mundo, sino con posibilidades o no de dominar cualquier parte del planeta. Si antes el argumento de superioridad era la pertenencia a la raza, ahora es la geografía. Quienes habitan el norte no lo hacen en el norte geográfico, sino en el norte social, es decir, están arriba. Quienes viven en el sur, están abajo. La geografía se ha simplificado: hay un arriba y un abajo. El lugar de arriba es angosto y caben unos cuantos. El de abajo es tan amplio que abarca cualquier lugar del planeta y tiene lugar para toda la humanidad.

En la moderna torre de Babel una sociedad se dice superior si conquista a otras, no si tiene más adelantos científicos, culturales, artísticos, mejores condiciones de vida, mejor convivencia.

En la época moderna, el poder lleva a cabo guerras múltiples de conquista. Y no me refiero a "múltiples" en el sentido de "muchas", sino en el sentido de "en muchas partes y de muchas formas". Así, las guerras mundiales hoy son más mundiales que nunca. Pues si el vencedor sigue siendo uno, los vencidos son muchos y en todas partes.

Con el argumento de las bombas se adjudican los espacios: quienes las arrojan están en el norte, en el "arriba" de la torre: quienes las reciben, están abajo, en el sur.

Pero no son las bombas las que modifican la geografía. Las bombas cambian el reparto de la geografía, su dominio. Así, en ese espacio limitado por puntos y rayas, ahora domina uno, mañana domina otro. Es lo que se llama "geopolítica". En realidad los mapas geográficos no señalan riquezas naturales, personas, culturas, historias, sino quién o quiénes son los dueños de ellas.

Para el poderoso, la humanidad entera es un niño que puede ser dócil o rebelde. Las bombas le recuerdan al infante humano la conveniencia de ser uno y la inconveniencia de ser otro.

Hoy, los civiles en Irak, hombres, niños, mujeres y ancianos, de pronto tienen algo en común con el próspero empresario norteamericano. Este fabrica los misiles crucero, aquellos los reciben. Los ejércitos de Estados Unidos y Gran Bretaña son sólo los amables carteros que unen dos puntos tan lejanos geográficamente. Así que lo que debemos agradecer a personas como Bush, Blair y Aznar es el que se hayan tomado la molestia de haber nacido en nuestra época. Sin personas como ellos, sería impensable la geografía moderna.

Pero esa guerra no es contra Irak, o no sólo contra Irak. Es contra todo intento, presente o futuro, de desobedecer. Es una guerra contra la rebeldía, es decir, contra la humanidad. Es una guerra mundial en sus efectos y, sobre todo, en el NO que provocan.

IV. El destino de Polifemo

La guerra del eje tragicómico Bush-Blair-Aznar y sus tramoyistas en las "democracias" occidentales, tuvo ya su primer fracaso. Intentó convencernos de que Irak está en Medio Oriente, y no. Como lo dice cualquier libro de geografía que se respete, Irak está en Europa, en la Unión Americana, en Oceanía, en América Latina, en las montañas del sureste mexicano, y en ese "No" mundial y rebelde que pinta un nuevo mapa donde la dignidad y la vergüenza son casa y bandera.

Las movilizaciones en todo el planeta comprueban, entre otras cosas, que esta es una guerra contra la humanidad.

Si alguien ha entendido bien que Irak está hoy en cualquier parte del planeta son los jóvenes. Cuando otros miran un mapa y se consuelan midiendo los miles de kilómetros que separan Bagdad de los lugares propios, los jóvenes han comprendido que esas bombas (las explosivas y las de desinformación) no sólo quieren destruir territorio iraquí, sino el derecho a ser diferente.

Y cuando un joven pinta un "No" en un cartel, en un graffitti, en un cuaderno, en una voz, no sólo está diciendo "No a la guerra en Irak", también está diciendo "No a la nueva torre de Babel", "No a la homegeneidad", "No a la hegemonía". Porque los jóvenes rebeldes usan el "No" como pincel, y con él en la mano y en la mirada pintan y adivinan otra geografía.

Como el cíclope de la literatura griega, Polifemo, el poder hace del odio al diferente su único ojo. Es en verdad muy fuerte y parece invencible. Pero, también como a Polifemo, al poder un fantasma llamado "Nadie" le lanza el desafío.

Porque, cuando el poderoso se refiere a los otros, con desprecio los llama "nadie". Y "nadie" es la mayoría de este planeta. Si el dinero quiere reconstruir el mundo como una torre que satisfaga su soberbia, el "nadie" que hace andar la rueda de la historia quiere también otro mundo, pero uno redondo, que incluya a todas las diferencias con dignidad, es decir, con respeto. No es al cielo al que aspira la humanidad, sino a la tierra.

Y así "nadie" erosiona los cimientos de la nueva torre de Babel.

Porque la tierra es redonda para que ruede.

En el mundo que está por hacerse, a diferencia de éste y los anteriores, cuya hechura se adjudica a dioses varios, cuando alguien pregunte "¿quién hizo este mundo?", la respuesta será: "nadie".

Y para adivinar ese mundo y empezar a construirlo es necesario ver muy lejos en la geografía del tiempo. Quien está arriba es de mira corta y se equivoca cuando confunde a un espejo con un largavistas. Quien está bajo, "nadie", ni siquiera se para en las puntas de los pies para adivinar lo que sigue.

Porque el largavistas del rebelde ni siquiera sirve para ver unos pasos adelante. No es más que un calidoscopio donde las figuras y los colores, cómplices unas y otros con la luz, no son herramientas de profeta, sino una intuición: el mundo, la historia, la vida, tendrán formas y modos que no conocemos aún, pero deseamos. Con su calidoscopio, el rebelde ve más lejos que el poderoso con su largavista digital: ve el mañana.

Los rebeldes caminan la noche de la historia, sí, pero para llegar al mañana. La sombras no los inhiben para hacer algo ahora y en el aquí de su geografía.

Los rebeldes no tratan de enmendar la plana o rescribir la historia para que cambien las palabras y la repartición de la geografía, simplemente buscan un mapa nuevo donde haya espacio para todas las palabras.

Un mapa donde la diferencia entre las formas de decir "vida" no esté en la boca de quien las dice, sino en la totalidad con las que se pronuncian.

Porque la música no se compone de una sola nota, sino de muchas, y el baile no es sólo un paso repetido hasta el hastío.

Así, la paz no será sino un concierto abierto de palabras y muchas miradas en otra geografía...

Desde el Irak de las montañas
del sureste mexicano, y viendo el cielo ensombrecerse con los aviones
y helicópteros militares
de la Operación Centinela.

Subcomandante Insurgente Marcos.

México, marzo de 2003.

* Este texto será publicado en el próximo número del semanario Rebeldía, que se pondrá en circulación la semana entrante.


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