Obstáculos en la búsqueda.

Ignacio Lewkowicz

I

Nos preguntamos por el sujeto de la política1. Desde hace un tiempo, todos nos preguntamos por el sujeto de la política. Nos preguntamos si se trata de un retorno o de un nacimiento. ¿Por qué nos preguntamos por el sujeto de la política? Porque lo estamos buscando. ¿Y qué buscamos cuando lo que buscamos es el sujeto de la política? ¿Cuáles son las estrategias de búsqueda? ¿Cómo condicionan el posible encuentro? O mejor, ante todo, o para empezar de una vez por algún lado, ¿por qué buscamos el sujeto de la política?

Parece que buscamos porque hemos dejado de tenerlo de hecho. Pero de derecho parece que tampoco las cosas andan mucho mejor. No sólo lo perdimos de hecho sino que además cayeron los garantes. Hemos dejado de ser marxistas, sustancialistas o estructuralistas. Ni la sustancia, ni las contradicciones, ni la estructura, nos prometen la inminente reaparición del sujeto en eclipse. ¿Pero cómo buscamos? ¿Somos ya otros o buscamos aún como ex-marxistas, ex-sustancialistas o ex-estructuralistas? ¿Sabemos buscar? ¿Con qué patrones realizamos la búsqueda? No digo que estemos buscando una entidad vigente a imagen y semejanza de la agotada. Sino que el riesgo es que busquemos una entidad a imagen y diferencia de la agotada; que estemos buscando otro término para el mismo sitio, otra encarnadura para la misma función. Buscamos como ex cuando buscamos otro sujeto según los hábitos de la misma subjetividad.

¿Con qué procedimientos realizamos la búsqueda? ¿Buscamos aún en trascendencia, una entidad con propiedades políticas en sí? ¿Buscamos un conjunto cuyos intereses, demandas o consignas no tengan cabida en el orden de cosas? ¿Buscamos a una escala conforme a nuestros hábitos de las naciones, las regiones geopolíticas, el mundo?

Nuestras estrategias de búsqueda están aún marcadas formalmente por la estructura del sujeto político agotado, por la huella de lo desvanecido. Aún somos ex-varias cosas, aún no somos otra cosa.

La subjetividad política heredada, en ausencia del sujeto que la requiere y justifica, es nuestro obstáculo específico para el pensamiento de un sujeto político posible2.

 

II

La subjetividad política heredada supone una escala y una posición para la determinación de un sujeto político. Esa subjetividad supone un espacio propio de la teoría3.

El propósito inicial de este artículo, para plantear en un terreno más pertinente y propio el problema del sujeto de la política, era situarse de entrada en el seno de una experiencia. La inmanencia de un recorrido subjetivo —como el del 501, por ejemplo— tenía que poder mostrar el modo de pensar en inmanencia la dimensión política en condiciones contemporáneas. No podía escribir acerca de la subjetivación política sino a partir de un punto sintomático específico, subjetivamente fundado, en el seno de una situación. Al menos eso creía.

Las conversaciones con los editores de la revista fueron mostrando que no era eso lo que se esperaba. Por un lado, el episodio de un día, un traslado a 501 km del lugar de votación, el día de las elecciones, tenía más de happening trasnochado que de política en serio. Por otro, la revista requería un artículo más teórico. Pero, en primer lugar, según el modo que considero activo para situar hoy el problema del sujeto de la política, el carácter ínfimo o ridículo del movimiento no era ninguna objeción. Y en segundo lugar, el planteo en términos más teóricos instauraba o restauraba una diferencia que aún hoy impide pensar el sujeto de la política en inmanencia. Se trataba en rigor, de dos obstáculos que no lo eran sólo para escribir este artículo en esta publicación. Estos obstáculos son ante todo índices de un modo de buscar. Ese modo de buscar no se sitúa en apuesta subjetiva en la inmanencia de una situación de cualquier escala (si el término escala tiene aún alguna pertinencia). Ese modo de buscar es índice de la supervivencia de una subjetividad política específica en condiciones post-políticas. Un modo que supone una escala de realidad para que algo sea política. Un modo que percibe en términos de más o menos teórico. Porque si hay grados de teoricidad, es que hay puntos distintos de observación. Si la subjetividad es de observador —comprometido o indiferente, en este punto da lo mismo—, lo que tiene realidad es lo que está allá enfrente, dispuesto como objeto de saber o de transformación. La mirada, en la medida en que es mirada, resulta trascendente a esa realidad ahí dispuesta. La mirada, rasgo esencial de la subjetividad del observador comprometido, transforma eso en escena.

La escena contemporánea supone una posición de observador. Esa posición es propia de la subjetividad política heredada: cientificidad, realidad, saber, teoría. Naturalmente, eso no es todo lo que aparece en esta revista. Ni siquiera es lo esencial. Pero es un obstáculo siempre presente a la hora de situar los modos de pensar y ser políticamente en nuestras condiciones.

Prefiero, entonces, tomar como situación el campo de compañeros y amigos de nuestra generación que circula, piensa, discute y milita en torno de la revista. Dada la situación, no encuentro nada más activo que señalarnos una serie de obstáculos que nuestra subjetividad política espontánea le opone a nuestra voluntad política específica.

 

III

La posición de observador es concomitante con la suposición de una teoría. Según lo dispone la subjetividad política heredada, la participación en una política es el ingreso en una escena que ya se ha observado (o se sigue observando). La aparente búsqueda actual del sujeto está determinada por esta posición teórica. Pero esta búsqueda circular impide el encuentro con el sujeto.

La subjetividad política heredada disponía una posición exterior de observación. El dispositivo partidario permitía circular entre ese exterior observable y el interior transformable, mientras que la noción de objeto es la que permitía la circulación entre ese interior activo y el exterior contemplativo —pues el término gramatical objeto “sostiene” varios genitivos: de conocimiento, de transformación, de dominio.

Pero la identificación de una política desde dentro y por apuesta —la actividad determinante del pensamiento que hace sujeto— está excluida a priori de los patrones y procedimientos de búsqueda. Esa identificación desde dentro y en apuesta, esa decisión según la cual esto que aquí se declara, al declararse deviene sujeto porque toca un punto sintomático de una situación, requiere ante todo que haya situaciones. Y que la posición básica no sea la de observador o de participante sino la de habitante de la situación. Para eso tiene que haber situaciones, pero si hay escena contemporánea, entonces no hay situaciones, porque el conjunto de las situaciones supuestamente reunido en la escena dispone de un punto exterior de observación y composición. Correlativamente, en esta disposición subjetiva heredada, no es posible la posición absoluta de habitante de una situación. El observador comprometido no es habitante de la situación. Puede estar contado primero como observador y luego como participante de la realidad que antes ha observado. Pero entre él y él mismo, entre él observador y él participante, se establece la distancia mortal de la trascendencia. Por obligación moral, política o técnica, el observador se desdobla como participante, pero la verdad en pensamiento de lo que acontece la detenta el observador. Entre la escena que observa y aquella en la que participa se establece una distancia que queda consagrada y abolida en la medida en que la primera (ésa en la que es observador) detenta el conocimiento (a priori o a posteriori, va en gusto) de la segunda. Por lo tanto, la segunda no es una situación en su autonomía, sino una escena cuyo sentido depende en lo esencial de un punto exterior. No es difícil encontrar aquí un eco notorio de la legendaria unión de la teoría y la práctica: el partido se postulaba a sí mismo como práctica y como teoría de la unión de la teoría y la práctica. Ahora, sin la evidencia encubridora del partido, se revela la distancia mortal en cada uno entre el observador y el participante. La desherencia universitaria de la antigua posición de la teoría, no hace más que llevar las cosas hasta el punto del patetismo. Creo que todos hemos sido frecuentados por este patetismo.

Las situaciones se afirman en su autonomía desde un punto real, un punto de verdad o de ser, con el que uno se encuentra sin que fuera lo que uno buscaba. No es que eso se encuentre, es uno el que se encuentra. ¿Con qué? Con un punto de inconsistencia, que permite al habitante de la situación, devenir otro en un recorrido subjetivo. ¿Pero nuestra subjetividad política heredada es capaz de estas operaciones? ¿Es capaz de ver sujeto en un punto de inconsistencia, indeterminado, ínfimo? De ninguna manera: la serie de referencias políticas establecidas organiza la ceguera ante los modos de subjetivación singulares, forjados en la autonomía de las situaciones, con independencia o más allá de las posiciones y teorías de los diversos observadores. Pues la subjetividad heredada busca conjuntos sociales dotados de propiedades, con intereses y consignas, de rango significativo de cara al Estado o el mundo.

 

IV

Los referentes de la objetividad política impiden la implicación efectiva en pensamiento de los puntos de sujeto. Nuestra subjetividad política requiere aún de una larga eliminación de obstáculos para poder entrar en la composición de un sujeto. La objetividad de los referentes políticos estorba la identificación subjetiva de los mojones políticos de una situación.

Presento un ejemplo. Lo cual es problemático. Porque no está en la naturaleza de este modo de pensar presentar ejemplos sino habitar las situaciones. Pero en función de las conversaciones ya mencionadas con los editores de la revista, y en función del presente argumento, bien puede valer un ejemplo.

El proyecto 501 había encontrado algo. No encontró un sujeto sino una posibilidad de subjetivación. En el envés de la trama del dispositivo electoral, aparecía una posibilidad subjetiva inédita. Si la ley enuncia que a más de 500 km el individuo deviene irrepresentable, ¿qué resulta de la experiencia de constituirse colectivamente a esa distancia el día de la representación? La situación que toma es la situación electoral. Autónomamente, decide que eso es una situación y no parte de una situación nacional o planetaria. ¿Por qué es una situación? Pues porque desde un punto de ser permite —aparentemente— devenir otro con otros, subjetivarse colectivamente, situarse de otro modo respecto de la soberanía y la potencia. Ese punto de ser, enunciado como imposibilidad de representación según la ley de representación, obligaba a buscar otros modos de pensar y hacer el recorrido político. Ese punto es el que hace sujeto. Se abre la posibilidad indeterminada de un recorrido. ¿Hacia dónde se encamina? ¿Cuáles son las referencias que orientan el devenir de ese punto decidido en apuesta? Ese punto hace sujeto, y no las personas que se suman al proyecto. Sociológicamente se pueden dar caracterizaciones muy pintorescas del conjunto. Pero el sujeto es eso que excede a los componentes y los compone. El punto de ser no es expresivo del conjunto que lo enuncia. Precisamente, la idea según la cual la política expresa a los conjuntos sociales, es una de las vertientes más poderosas de la subjetividad heredada. Ahora bien, la subjetividad política heredada era el habitante más común en el conjunto de los trasladados a Sierra de la Ventana. Una vez hecho el primer movimiento, el sentido del recorrido iba a estar determinado por el segundo. ¿A qué compromete la deserción electoral de octubre? La subjetividad política heredada impuso sus temas, sus referencias, sus hábitos. El segundo paso no fue perseverar en la decisión de irrepresentación instituida el día de las elecciones, sino manifestarse respecto de una serie heteróclita de temas evidentemente políticos: Cuba, Seattle, bibliografía, trabajo en barrios. Esas referencias heredadas del saber político bloquearon la posibilidad de la perseverancia. Un juez inició un juicio contra los integrantes. ¿Excelente ocasión para impugnar la justicia representativa? No, nada de eso, un tema menor. Mejor adherir a los movimientos progresistas de todo el mundo contra la conferencia en Seattle. Sierra de la Ventana se evaporó. La deserción no ocurre bajo el modo de la traición sino de la supuesta fidelidad. La forma de deserción a la fidelidad actual es mantener la fidelidad anterior.

 

V

La fidelidad política instituida tiene una serie de rasgos establecidos por herencia. Estos rasgos, entre otros, incluyen nombres emblemáticos, conjuntos sociales privilegiados, la instancia misma de la política, una escala razonable, una identidad de las organizaciones y unas instituciones. La fidelidad no surge de la inmanencia de un punto de ser que la escoja como orientador específico. Por el contrario, la fidelidad anterior determina la búsqueda de puntos donde arraigarse. Así, la fidelidad instituida como norma a priori del encuentro posible, bloquea el acceso de los puntos sujeto. La fidelidad es la norma y no el recurso. No somos una generación, somos una descendencia.

Queda claro entonces por donde la subjetividad política heredada constituye nuestro estorbo específico en torno de la búsqueda del sujeto. Prescribe a priori la forma de la sorpresa. Para esta subjetividad, la emergencia específica de un término sujeto no constituye la norma que subordina y juzga la potencia de los saberes; es el saber instituido como fidelidad el que establece la norma de valuación de cualquier término emergente. En lugar de someter a su prueba la vigencia de los saberes, en lugar de exigirlos a comprobar su pertinencia y su potencia subjetiva, un término nuevo tiene demasiadas exigencias que satisfacer. Paradójicamente, tiene que ser valorado por la subjetividad agotada como un buen parricidio —en esta línea, el parricidio es un homenaje. Basta escuchar la serie de impugnaciones realizadas desde el saber político heredado cada vez que acontece un episodio algo raro, para comprender que si lo dado es la norma de lo nuevo, de lo nuevo no tenemos más que la parodia.

Pero parece que es imposible constituirse sin un punto de referencia. Y que es imposible que ese punto de referencia no se convierta en norma de fidelidad. En tal caso, será preciso que el pensamiento político arraigue en dos máximas muy vacías, pero de enorme potencia. Los filósofos han interpretado el mundo de distintas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo. Estamos ante una exigencia totalmente vacía, que impugna como filosófica cualquier interpretación del mundo. La subjetividad filosófica es la que dispone el mundo como escena. Se le opone una disposición política: transformarlo. ¿En qué? ¿Cómo? ¿Quiénes? No ha lugar. El punto de fidelidad es esta exigencia vacía; cualquier agregado de positividades en nuestras condiciones —los ideales, los valores, la escala, los conjuntos sociales, el sentido de la transformación, etc.—, es un estorbo de la subjetividad política heredada. Si se comprende la descalificación implicada en el término, habrá que llamar fidelidad objetiva a cualquier pre-configuración del sujeto según las determinantes de una fidelidad anterior. Correlativamente, será preciso llamar fidelidad subjetiva a las diversas modalidades de determinar el imperativo vacío de transformación.

La segunda máxima establecía que la esencia de la doctrina revolucionaria consistía en el análisis concreto de situaciones concretas. Nuevamente un imperativo vacío. ¿Cuándo es concreto el análisis? No cuando hay una serie de referentes objetivos, porque esos referentes denotan el carácter concreto de las situaciones y no del análisis. El análisis es concreto cuando él se realiza desde el interior mismo del campo en el que opera —en intervención y no en observación o conocimiento—, cuando traza líneas de demarcación desde la inmanencia del campo en el que se cuenta como término y principio ordenador.

Si mediante una alquimia autorizada por la tradición sustituimos el mundo de la primera máxima por las situaciones concretas de la segunda, obtenemos las siguientes combinaciones un tanto redundantes entre sí. 1- De lo que se trata es de transformar las situaciones concretas, 2- analizarlas concretamente es transformarlas. En cualquiera de los dos casos, tenemos la máxima de la fidelidad subjetiva.

VI

La expresión sujeto de la política arrastra consigo un modo político del ser y del hacer. La política es una realidad en sí, en la cual se desempeña un sujeto.

Además de la serie de determinaciones positivas que la fidelidad objetiva impone al posible sujeto para ser aceptado como tal (una escala, unas consignas, un anclaje social), está también determinado el escenario en que ha de desenvolverse. La política es algo que existe: tal es la evidencia mayor de la subjetividad heredada. Cualquiera sea el conjunto de los referentes que la especifiquen, cualquiera sea la definición teórica que adopte, la política es en sí una situación, una instancia, una entidad, una realidad. Las situaciones, antes de que se declare existente un sujeto, tienen que tener una cualificación como políticas. Puede tratarse de las clases y el Estado, de las naciones y las regiones, de las instituciones y los poderes, de las reglas y las transgresiones: lo cierto es que existe la política y ahí tenemos que hallar un sujeto. Correlativamente, como la subjetividad heredada supone una escala, lo que satisfaga en lógico las condiciones pero no satisfaga las exigencias de peso y talla, se llamará micropolítica. Ahora bien, micro y macro pueden ser distinciones pertinentes para la anatomía patológica, pero ¿qué pertinencia tienen en nuestra búsqueda de un punto de subjetivación? Sólo pertinencia de obstáculo. El requisito de consistencia impide la percepción de la inconsistencia.

Para hallar un punto-sujeto, más allá de las exigencias habituales de la subjetividad heredada, es recomendable un olvido de la escala. La política así no es una instancia dada sino una producción subjetiva. La subjetivación hace existir la política, vale decir, el escenario en el que aparentemente se desenvuelve la acción. Así, ya es un obstáculo para nosotros pensar en términos de la política; nuestra subjetividad se forja al asumir que hay una dimensión política de las situaciones.

Así, la política no es una situación sino una dimensión de las situaciones; no es una dimensión objetiva sino una producción subjetiva.

 

VII

Los nombres propios, signos de una fidelidad anterior, en ausencia de sujeto, se transforman en emblemas y citas.

La desherencia universitaria de la dimensión teórica de la subjetividad política, retoma un conjunto vastísimo de textos, nombres-sujeto (convertidos así en autores). Los documentos políticos se convierten en bibliografía. Pues ¿cómo retoma el universitario los nombres propios? Del único modo que puede: en el enunciado. La frecuentación bibliográfica hace un culto de la cita. La diferencia del universitario ex-militante y el universitario a secas, en este terreno, no es subjetiva sino de contenidos. La cita, repetición del enunciado sin enunciación, es el modo general —sólo difieren los próceres. La cita es, por excelencia, el olvido de la enunciación en el enunciado. Esos nombres propios —todos tenemos los nuestros— son marcas identificatorias y no recursos de pensamiento. Lo cual no estaría nada mal si no indujeran un bloqueo perceptivo. Pues la cita identificatoria exige una fidelidad. Y una fidelidad sin un punto de ser que la legitime, sino que, por el contrario, se percibe a sí misma como legitimante de los buenos puntos-sujeto.

 

VIII

El privilegio de lo que es reactivo resulta del obstáculo sociológico: intereses, demandas, igualdad de estado, son otros tantos requisitos que la subjetividad heredada le impone al sujeto para disponerse en fidelidad a su emergencia. Más activo resulta pensar la fidelidad al pie de la emergencia subjetiva.

La subjetividad heredada está marcada interiormente por el esquema de la explotación. Según este esquema, un subconjunto —coerción mediante— obtiene de otro un plus. Entre ambos hay una relación asimétrica que los vincula funcionalmente. Tal es la matriz del conflicto. Del conflicto surge la subjetivación. En este esquema, el subconjunto explotado encuentra en ello la causa de su subjetivación. Esa causa le proporciona un anclaje estructural, una consistencia social, un programa posible. La inclusión necesaria para el todo mediante el vínculo de explotación, suministra a su vez la potencia de resistencia. La explotación, en síntesis, provee el sujeto, su causa y su consistencia. Disponemos así de un esquema para pensar la subjetivación en una relación de explotación. Pero ¿qué ocurre con la exclusión? ¿Hay vínculo en la exclusión capaz de poner a trabajar el esquema heredado, ahora con otro contenido? Creo que no.

Nuevamente, un “ejemplo”. El escrache es un invento desde diversos aspectos notable. Tiene una cualidad política muy singular, cuya percepción y prescripción depende de una lectura precisa. Pero para esto debemos aceptar que el escrache hace sujeto y no que el sujeto del escrache son los grupos que los organizan. ¿Somos capaces de percibir el sujeto en esa máquina? No creo. Pero tampoco creo que sea tan difícil si consideramos que, en su momento, supimos ver el sujeto en el partido.

Hay escraches, es cierto, pero eso no es ninguna evidencia. ¿Qué significa? No nos apresuremos a decir que es una pura técnica, un instrumento. La versión instrumental supone nuevamente un sujeto moderno que se sirve de los instrumentos para obtener sus fines.

El escrache es un pensamiento práctico. Es un dispositivo esencialmente (y no técnicamente) político. Si el sistema político es representativo, las capacidades estatales proceden de la representación. La justicia es también representativa. La potencia del pueblo se delega y el Estado redistribuye esa sustancia delegada según diversas modalidades. De esa alquimia, resulta que la capacidad popular de justicia queda capturada en un aparato burocrático específico. Si ese aparato jurídico hace síntoma, no es por tal o cual modo de proceder legal o clandestinamente (esos juegos son consustanciales con su consistencia). Si hace síntoma es porque tocamos los límites de la justicia representativa. El escrache es el invento político que piensa en acto la justicia popular. Pero nuevamente, para percibirlo así es preciso quitarse de encima toda una imaginería derivada de la subjetividad post-política. Los asesinos deben ir a la cárcel. Nuestra justicia es corrupta. Los asesinos no van a la cárcel. Entonces, como castigo menor, moral simbólico, los escrachamos. Según esta subjetividad, nuestro modo de castigar, nuestro modo de hacer justicia, es idealmente la prisión. En caso de que no se pueda, bien viene el escrache. Sin embargo, en esta percepción se pierde lo esencial. El escrache es un invento porque es nuestro modo de castigar, nuestro modo político y no penitenciario (unidad representativa en la que se ha delegado la capacidad popular de castigo). Pero entonces ¿qué sentido tiene que la “misma” máquina escrachadora se traslade a tribunales para pedir castigo? ¿Es una máquina autónoma o es uno entre tantos instrumentos de presión? Las fidelidades que se organizan de un modo u otro son realmente distintas. La fidelidad anterior que valida el escrache como instrumento de presión sigue tomada en el conflicto por la posesión de los instrumentos del Estado. La que establece en él una máquina de justicia popular en acto, practica la soberanía también en acto en los intersticios de la representación. Las consecuencias de esta segunda modalidad se multiplican apenas nos ponemos a pensar en inmanencia el despliegue de ese punto sujeto. El pensamiento práctico en fidelidad al acto de justicia popular, es el despliegue del sujeto en la dimensión política abierta en la situación —situación cuya caracterización ignoro, pero que es preciso delinear para no extraviar la fidelidad en nombre de referentes establecidos como las prisiones y el Estado. Y como la fidelidad determina el ser de aquello respecto de lo cual es fiel, los caminos de la fidelidad son un pensar determinante en la efectividad de las situaciones. La subjetividad heredada, en este caso, puede malograr también la potencia del escrache. Basta con ver que hay un subconjunto que hace escraches y llamar sujeto a ese subconjunto, en lugar de llamar sujeto al escrache y pensar el modo práctico en que esa máquina forja la subjetividad de quienes se integran a su operatoria.

 

IX

Se percibe, en la serie de rasgos señalados de la subjetividad política heredada, cuáles son los obstáculos que nos estorban para la constitución de una subjetividad política activa —para la constitución de una subjetividad que sea fiel, no a un legado, sino a la emergencia de los puntos sujeto. Este señalamiento de nuestras dificultades, intenta modificar en algo la subjetividad de quienes buscan, la disposición de la espera, de la percepción o de la captura del sujeto político. Si no fuera un nombre muy malo —pero quizá debamos llamarlo así y asumir que es un nombre muy malo—, habría que llamar a esa disposición subjetividad prepolítica, bajo la condición de que el punto sujeto advenido determine una fidelidad propia y no satisfaga perentoriamente los requerimientos de la subjetividad prepolítica. Cabe plantear, entonces, una máxima que permita orientarnos en esta situación: La subjetividad heredada está interpretando el mundo de distintas maneras, pero de lo que se trata es de transformarla. De lo contrario, nunca seremos una generación: seguiremos siendo una descendencia.

 

NOTAS

 

1Tomo hasta aquí el nombre sujeto de la política como una manera de decir y nada más. Más adelante, intento ver qué determinantes de la subjetividad política agotada habitan aún como obstáculo en esta expresión tan trivial.

 

2 Llamamos subjetividad a los modos prácticos de ser en una situación efectiva. Una subjetividad está causada por una serie de prácticas —que incluyen, naturalmente, las discursivas. Esas prácticas instituyen marcas en los individuos sobre los que actúan. Esas marcan determinan otras tantas operaciones significativas. Esas operaciones son los modos de pensar, ser y hacer en las situaciones. Llamamos subjetividad política heredada a las operaciones constitutivas de los modos de hacer, pensar y ser en las situaciones que han sido instituidas como políticas. Pero que tales o cuales situaciones hayan sido instituidas como políticas es ya un signo de la subjetividad. La subjetivación autónoma —respecto de una subjetividad instituida— tiene la capacidad de llamar política a otra cosa que la que ha sido instituida como campo de referencias obligadas para cualquier política posible.

 

3 Esta subjetividad política heredada se puede llamar marxista. Pero ante el desvanecimiento del sujeto que legitima esa subjetividad, el nombre es abusivo. Se puede llamar post-marxista, pero la serie de referencias y hábitos son los heredados. Se puede llamar ex-marxista pero el nombre sugiere una renuncia, una deserción. No sé cómo llamarla. Es un buen índice de cómo aún seguimos tomados.