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LA OTRA CAMPAÑA Y LA IZQUIERDA: REIVINDICAR UNA ALTERNATIVA [1]

por Gustavo Esteva, Universidad de la Tierra, Oaxaca, México | www.globaljusticecenter.org

No sé cómo decir lo que quiero decir. Estamos al borde de un despeñadero, a punto de que el cielo se caiga. Al mismo tiempo, estamos llenos de esperanza. Vemos al fin la luz, al final del túnel. ¿Cómo explicar esta contradicción?

Además, las palabras me fallan. Todos los términos en que fui políticamente educado, sobre todo los que definen hasta hoy mi posición política y mi militancia, parecen cada vez más inadecuados en el mundo en que vivo o para describir la coyuntura actual, en Oaxaca, en México, en el mundo...

Quiero decir que La Otra constituye una alternativa real, quizás la única en la crisis política actual. Pero esto parece absurdo. No tiene sentido, a primera vista, cuando todo mundo está en ascuas, a la espera de decisiones del Tribunal Electoral que tendrán inmensas consecuencias, algunas enteramente imprevisibles. ¿Cómo reaccionará la gente si el Tribunal se niega a limpiar la elección o a anularla? El país amaneció el 3 de julio dividido entre los partidarios de AMLO y los de Calderón. Los adherentes a La Otra serían enteramente marginales y nadie presta atención a sus propuestas. Salvo contadas excepciones, la izquierda sólo se acuerda de ella para atacarla o culparla del resultado electoral. ¿Cómo enarbolar esa bandera a estas alturas? ¿Será cierto, como muchos piensan, que tanto los zapatistas como Marcos perdieron hace tiempo su oportunidad y marchan lenta pero seguramente hacia su extinción política?

Para presentar mi punto de vista pondré sobre nuestra mesa de discusión algunos elementos del contexto.

La transición política en México

Hace seis años una encuesta reveló, unas semanas antes de la elección presidencial, que solo 25% de los mexicanos quería que ganara el PRI, pero 60% esperaba que así ocurriera. Conocían sus trucos, sus fraudes. Por 70 años el PRI había "ganado" todas las elecciones.

El resultado tomó a todos por sorpresa y los medios lo celebraron en todo el mundo. La revista Time señaló: "La noche del 2 de Julio México se convirtió al fin en una democracia". Los líderes de opinión señalaron que se había logrado al fin este punto clave de la agenda neoliberal, en un país de importancia estratégica para su implementación.

Tal percepción es ilusoria. México no es lo que usualmente se describe como una democracia. Las instituciones democráticas no están bien arraigadas en nuestra realidad. Contamos con uno de los mejores sistemas formales para las elecciones, pero no con las tradiciones a los que corresponden. Nos falta, en particular, la principal institución democrática: la fe, la confianza, la condición en que la mayoría de los ciudadanos de un país cree que ellos eligen a sus representantes y que éstos efectivamente los representan. Quizás no puede pasar entre nosotros lo que ocurrió en Florida y en Ohio, dada la fortaleza de nuestro sistema formal, pero carecemos de una cultura democrática.

No nos hicimos ilusiones sobre lo ocurrido hace seis años. Un dirigente indígena lo planteó con claridad al día siguiente de la jornada electoral: "Para nosotros, dijo, el sistema es como una serpiente. Anoche cambió de piel. Eso es todo. Ahora tiene un color distinto".

Sin embargo, estábamos claramente conscientes de lo que habíamos conseguido. En general, no votamos por el ganador sino contra el PRI. No transformamos México en una democracia, pero liquidamos el más antiguo régimen autoritario en el mundo.

Detonamos así una transición política hacia un nuevo régimen. Pero aún no estamos ahí. Lo que define la coyuntura actual es la lucha para definirlo y por tanto la naturaleza de la transición. Unos quisieran consolidar un régimen que puede describirse como una república neoliberal. Otros intentan reorganizar la sociedad desde su base y crear otro régimen enteramente distinto.

Una inmensa incertidumbre se asentó entre nosotros mucho antes de que el resultado electoral quedara en el aire y dejara a todo mundo en suspenso. Nadie sabe lo que puede ocurrir, con ese resultado y con todo lo demás. Quien se anima a anticipar nuestra evolución muestra que carece de suficiente información. Nadie sabe.

El elemento más difícil de compartir en esta circunstancia se relaciona con nuestra esperanza. ¿Cómo explicarla? ¿Cómo darle fundamento? No es la victoria del optimismo sobre la realidad. Expresa un nuevo tipo de conciencia.

Hace unos años fui a Morelia, un poblado zapatista que es uno de los más golpeados por la agresión externa, militar o paramilitar. Le pregunté a una anciana amiga, doña Trinidad, cómo se sentía en esas circunstancias, cómo podían mantener el ánimo. Me miró sonriendo, desde su altiva dignidad, y me dijo:

"Mira, aquí no se muere más gente que antes, ni tenemos más hambre. Tampoco nos matan más de lo que antes nos mataban. Pero ahora tenemos esperanza. Y eso cambia todo".

Imaginemos lo que significa vivir cuando los hijos se mueren de hambre o de enfermedades curables, cuando en cualquier momento violan a la hermana o la madre o matan al padre o al marido. Estar así, pensando que los hijos y los nietos seguirán expuestos a ese infierno, es realmente invivible. La esperanza, así sea tenue, puede cambiarlo todo. Se resistirá de otra manera el infortunio y la restricción. Y la esperanza, no debemos olvidarlo, es la esencia de los movimientos populares.

¿Es una mera ilusión? Nutrir la esperanza que ahora tenemos, ¿es acaso como chiflar en la oscuridad? Sufrimos el impacto de la llamada globalización a través del Tratado de Libre Comercio. Padecemos toda clase de dificultades económicas, males sociales y conflictos políticos. Sin embargo, lo que define nuestra situación, lo que olfateo en la base social y alimenta nuestra esperanza, es la posibilidad de que estemos en medio de la primera revolución social del siglo XXI, la revolución de los nuevos ámbitos de comunidad.

Creo que estamos creando alternativas:

Vemos la llamada globalización como un proyecto económico, que intenta arraigar en el planeta al homo economicus, el individuo posesivo nacido en Occidente, bajo la hegemonía de Estados Unidos y el capital. Ese proyecto tiene dos máscaras atractivas: una cara política, la democracia, y una cara ética, los derechos humanos. Estamos desafiando las tres vertientes de ese proyecto:

No aceptamos la globalización. No es para nosotros promesa ni realidad. Es el emblema de un proyecto hegemónico de dominación que no estamos dispuestos a aceptar.

Para entender mejor lo que está pasando y el alcance de esta posición necesitamos dar un paso atrás.

El fin del antiguo régimen

En diciembre de 1993 dominaba la impresión de que nada podía impedir que México ingresara al Primer Mundo. Nos acababan de aceptar en el club de los países ricos. El Banco Mundial presentaba a México como un modelo para todos. Escuché muchas veces, por entonces, un comentario común en clases medias o altas: "No vamos a vivir como los estadounidenses, sino mejor que ellos. Tendremos todos los bienes y servicios que ellos tienen...y además criadas". Obviamente, esta cínica observación no tomaba en cuenta el punto de vista de las criadas. Pero ese era el estado de ánimo. Nos acercábamos al supuesto paraíso del American way of life.

En aquel tiempo, el presidente Salinas recibía cada mes algún reconocimiento internacional, como líder global que había entendido los vientos que corrían por el mundo y estaba sacando a su país del subdesarrollo. Era el candidato a dirigir la Organización Mundial de Comercio, la institución que por excelencia define nuestro tiempo.

El 31 de diciembre de 1993 Salinas estaba celebrando su éxito en Huatulco. La orientación neoliberal había quedado claramente establecida. Estaba a unos meses de terminar su periodo, pero le dijo a una comisión japonesa de alto nivel que lo visitaba: "Pueden negociar con nosotros. Estaremos en el poder los próximos 25 años". Comentaba también que él no cometió el error de Gorbachov: no era conveniente empezar la reforma política hasta que la económica estuviera concluida. Había usado todos los instrumentos autoritarios del antiguo régimen para implantar la reforma económica neoliberal, posponiendo la política. Los partidos de oposición sólo ofrecían variantes de su modelo.

El primero de enero de 1994 un grupo pequeño de indígenas mayas, armado con machetes, palos y unas cuantas armas ocupó cuatro de las principales poblaciones de Chiapas y declaró la guerra al gobierno de México. Era el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

En 1995, México sufrió la crisis económica más grave del siglo. El director del Fondo Monetario Internacional consideró que era la primera crisis financiera del siglo XXI. México se convirtió de pronto en ejemplo de desastre. Resultó evidente, repentinamente, que teníamos el régimen equivocado y la política errónea. Lo que apenas unos meses antes se celebraba con entusiasmo ahora se despreciaba profundamente. El presidente Salinas tuvo que salir a una especie de exilio en Irlanda y su hermano fue a parar a la cárcel.

El antiguo régimen había muerto. Estamos construyendo sobre sus ruinas. Es cierto que del cadáver insepulto siguen saliendo todo género de pestes y no hemos tenido tiempo de enterrarlo. Pero es un cadáver. No hay duda de ello.

Quiero plantear ahora una pregunta que no es tan retórica como parece: ¿Cómo pudo un grupo tan pequeño, que nunca representó una amenaza militar para el gobierno mexicano, cambiar a un país de más de cien millones de personas? Algunos plantearán que es una pregunta equivocada. Dirán que no hemos cambiado tanto, como demuestran los recientes fraudes electorales. Otros reconocerán que sí hemos cambiado, admitirán que vivimos en un país radicalmente distinto, pero sostendrán que el cambio no se debe a los zapatistas sino a otros muchos grupos y factores.

Creo que en los próximos años México será estudiado como un peculiar laboratorio para explorar la naturaleza del poder moderno. Para empezar nuestra conversación, me gustaría decir que las palabras han sido el arma principal de los zapatistas, que se atrevieron a decir que el emperador estaba desnudo.

En 1993 padecíamos una sensación general de culpa individual. La gente sufría toda suerte de adversidades, pero escuchaba en todas partes que todo estaba bien, en el mejor de los mundos posibles. Los expertos decían que la economía avanzaba en todos los frentes y estaba mejor que nunca. Los medios celebraban continuamente los triunfos de Salinas. Intelectuales, políticos e instituciones internacionales aplaudían sin cesar sus acciones. Si yo estoy mal, pensaba mucha gente, debe ser porque soy estúpido o flojo o porque tengo mala suerte.

De pronto, en unos cuantos días, se produjo un inmenso efecto ¡ajá! La gente pudo ver que los problemas no eran personales, sino sociales, y que teníamos un régimen equivocado y un presidente perverso. La magnitud e intensidad de la revelación se debió en parte a la suerte. En la primera semana de 1994 nada ocurrió en el planeta. Ningún avión se estrelló, ninguna princesa murió. Nada. Los medios buscaban desesperadamente una noticia y recibieron a los zapatistas como bendición. Mil periodistas cayeron como langosta sobre San Cristóbal, para el dos de enero, y proyectaron sin cesar las imágenes fascinantes de los rebeldes y sus pasamontañas. CNN presentó zapatistas seis horas al día por una semana. Como los periodistas comenzaron a recorrer los pueblos y hacer reportajes de la guerra, los medios mostraron el México real, el de nuestros dramas y miserias, no el de los nuevos puentes y los flamantes rascacielos que por años crearon la ilusión de un país que no existía. La gente se vio otra vez a sí misma, en esa dramática realidad. Fue una revelación. El lema zapatista prendió de inmediato. Había llegado el tiempo de decir ¡Basta ya!

Cristalizó así el impulso que liquidó el antiguo régimen en México, casi por sorpresa.

La naturaleza del poder moderno

¿Que es el poder moderno, esa cosa en que México puede ser laboratorio para explorar su naturaleza?

La noción dominante es que se trata de algo difícil de definir que se encuentra allá arriba, algo que algunos tienen y otros no. Por eso se habla de empoderar a la gente.

Hace siglos se pensaba que venía del cielo: expresaba la voluntad de dios. El Papa coronaba al rey. Explicaba a todos que su poder venía de allá arriba. Desde las revoluciones francesa y estadounidense cambiamos los términos de la constitución del poder, pero retuvimos el imaginario. No sólo es que algunos presidentes tomen posesión jurando sobre la Biblia y apelen a menudo a Dios. Es que se mantiene la impresión de que el poder está allá arriba, en las manos de unos cuantos, los poderosos, los que tienen el poder político o económico. Es algo que puede ser distribuido, que se le puede dar a la gente.

Quiero usar la historia para niños del mago de Oz como parábola del poder moderno. Dorotea y sus amigos se acercan a visitar al poderoso mago de Oz, enfrentando la escandalosa parafernalia del poder que trata de contenerlos. Un perrito descubre por accidente la cortina tras la que se esconde el mago, que resulta ser un hombre pequeño casi muerto del susto. Lo importante es lo que viene después. Cuando pregunta a qué van a verlo se sorprende con las peticiones. ¿Por qué pides valor?, le dice al león; has demostrado ya ser muy valeroso. Lo mismo al hombre de hojalata: ¿por qué alguien tan compasivo como tú solicita un corazón? Y al espantapájaros: ¿por qué alguien tan inteligente como tú solicita un cerebro? La parábola es clara. La gente pide a los poderosos lo que ya tiene. Pero los políticos no reaccionan como el mago. Al contrario. Refuerzan el prejuicio. Basta que votes por mí, dicen, y tendrás todo lo que quieres: empleo, protección, felicidad...

La premisa de esta noción dominante del poder fue bien formulada por Hegel en 1820, cuando afirmó que la gente no puede gobernarse a sí misma y que, por tanto, alguien tiene que gobernarla; es preciso concentrar el poder político en los gobernantes. Se discute cómo constituir el poder político, pero no el principio: que gente entregue el poder al gobernante, por medio de una revolución o a través de elecciones, o por lo menos acepte que lo tenga. Es éste un elemento central de toda cultura democrática en el estado-nación moderno.

Existe otra noción del poder. La idea de que la gente lo tiene. En esta concepción, el poder tiene otro nombre. Se llama dignidad.

Oaxaca es el único estado de México en que predomina la población indígena. Representan dos terceras partes de la población total. Hace 20 años, por primera vez en más de un siglo, un indio fue candidato a gobernar el estado. Al iniciar su campaña política convocó a representantes de los 16 pueblos indios de Oaxaca. Entre ellos es normal que una persona hable dos, tres o cuatro lenguas indias, pero nadie habla las 16, que son muy distintas. En la ceremonia que organizaron, los pueblos hablaron por más de diez horas sin interpretación. Al final, un viejo mixteco cruzó lentamente el inmenso salón y cuando estaba cerca del candidato le dijo, apuntándole con el dedo: "Queremos que seas para nosotros como la sombra de un árbol". Y eso fue todo.

Nada entendí, como los demás. Corrí a buscar a mis amigos, a preguntarles por el sentido del ritual. Se sorprendieron de mi sorpresa. La primera parte, me explicaron, intentaba hacerle saber al candidato que no podía tener seriamente la pretensión de gobernarnos. ¿Cómo hacerlo, si para hablar con nosotros tenía que usar el español, la lengua de los colonizadores? ¿Cómo gobernarnos, si no hablaba nuestra lengua, la expresión suprema de nuestra cultura? Por eso hablamos más de diez horas. Quedó claro que no nos entendía. La segunda parte, me dijeron, fue aún más simple. Queríamos decirle que no era una rebelión. Queríamos un gobernador, y mejor que fuera uno de nosotros, un indio. Pero debía estar a la cabeza de un gobierno distinto. No sería un gobierno que tratara de gobernarnos 24 horas al día, en todas partes, aún contra nuestra voluntad. Tendría que estar en un lugar, a la vista de todos, bien enraizado en el pueblo. Si enfrentábamos una calamidad, un terremoto, una sequía, o si teníamos algún conflicto entre nosotros, entre comunidades, acudiríamos a él y nos daría protección, como la que ofrece la sombra de un árbol.

He usado desde entonces esta historia como teoría política alternativa. Si la gente tiene los cuerpos políticos adecuados puede gobernarse a sí misma. No necesita dar el "poder" a una persona o una elite, para que gobierne a todos.

La construcción de un nuevo régimen

En la definición del nuevo régimen político de México, una vez muerto el antiguo, levantamos ahora esta alternativa. Por eso estamos en la transición desde una estructura convencional del poder político a una forma alternativa de organización social. Para construir esta alternativa tenemos dos tareas fundamentales ante nosotros: terminar el desmantelamiento del antiguo régimen y reorganizar la sociedad desde abajo.

¿Qué clase de régimen tuvimos por 70 años? ¿Cómo era el régimen que liquidamos en el año 2000, gracias al impulso zapatista?

Nuestra economía era un híbrido capitalista peculiar. En 1982 el sector público representaba el 62% de una economía sumamente cerrada. El gobierno la controlaba enteramente. En el año 2000, tras la fiebre privatizadora, el sector público representaba sólo el 18% de una de las economías más abiertas del mundo. La economía mexicana había escapado por completo al control del gobierno...y del país.

En cuando a la estructura política, el presidente aparecía en la cumbre de la pirámide del poder político, pero en realidad constituía su eje. Con la estructura mafiosa creada por el PRI, que llegaba hasta el último rincón del país, nada se movía sin la voluntad del presidente. Tenía control total de su propio gobierno, del poder ejecutivo; de su partido, y a través de él del Congreso; y del poder judicial. Los tres poderes constituidos estaban en sus manos. En esos 70 años se introdujeron casi 500 enmiendas en la Constitución, en nuestra Carta Magna. Todas ellas surgieron de la voluntad de un presidente. En contraste, el presidente Fox no controla su gobierno, ni su partido, ni el congreso, ni el poder judicial. No controla siquiera la casa presidencial...

A lo largo de 70 años los expertos describieron nuestro régimen como una monarquía peculiar, que reemplazaba cada seis años al rey por otro miembro de la "familia revolucionaria", como se llamaba al grupo que heredó el poder creado por la revolución de 1910.

Ese régimen sufrió una larga agonía. Un grupo de tecnócratas, que tomó el poder en 1982, aceleró su fin. Usaron los instrumentos autoritarios del antiguo régimen para desmantelarlo, a fin de imponer el catecismo neoliberal, lo que se ha llamado el Consenso de Washington. Con astucia, evitando el error de Gorbachov, pospusieron todas las reformas políticas. Debemos recordar, ante quienes dudan del peso zapatista en la transición actual, que el régimen hizo más concesiones a la oposición política en las tres semanas que siguieron a la insurrección que en los 50 años anteriores. Los zapatistas, gracias al levantamiento inmediato de la sociedad civil que desde entonces los acompaña, alteraron radicalmente la correlación política de fuerzas.

El sistema está muerto. Pero no organizamos el funeral. El presidente Fox practicó un inútil ejercicio de respiración artificial con el cadáver y usó numerosos cosméticos para presentarlo como algo vivo. Pero está bien muerto. Como acaba de demostrarse, el 2 de julio, es imposible todo intento de restauración. A estas alturas, lo único concluyente de este episodio es el perdedor. Se disolvió la última esperanza de retorno del PRI.

En sus inicios la transición causó un gran desencanto. Quienes habían luchado contra el antiguo régimen en nombre de la democracia formal quedaron frustrados y deprimidos. En vez de de una oportunidad de debate público y participación ciudadana, las campañas políticas se redujeron a un circo mediático de tres pistas. Y en vez de un gobierno popular, capaz de detener el devastador tsunami neoliberal, llegó a la presidencia un rico empresario, expresidente de Coca Cola, que se dedicó a profundizarlo.

En la base social, la gente se dedicó a tratar de reorganizar la sociedad desde abajo, a fin de crear un nuevo régimen político, aprovechando la opción creada por los zapatistas.

Al tanto de las limitaciones de la democracia formal, en que los ciudadanos eligen libremente a sus opresores, los zapatistas no vieron en ella sino una buena sombrilla política para transitar hacia la democracia radical.

Plenamente conscientes de que el estado nación es una estructura de dominación y control, una camisa de fuerza que disuelve o previene la diversidad cultural, lo vieron como un marco provisional para transitar hacia una nueva forma de organización social, con otro horizonte político.

La idea de que la gente puede gobernarse a sí misma es muy antigua y en México corresponde a tradiciones muy arraigadas. En este periodo turbulento, cuando estamos tratando de introducir innovaciones, hemos estado buscando precedentes, referencias históricas que nos puedan servir de inspiración. Descubrimos así que la idea democrática no está asociada necesariamente con un régimen de gobierno.

Hemos visto, por ejemplo, que el discurso de Lincoln, en Gettysburg, que se usa a menudo para definir la democracia, no incluye la palabra. Lincoln sabía que su país, aún lleno de esclavos, no era una democracia. Pensaba que un gobierno de la gente, por la gente y para la gente sería solamente el marco de plata que protegiera la manzana dorada de la libertad. Sabía también que la gente, su pueblo, no tenía realmente el poder.

Encontramos también, en El Federalista, respuestas a algunas dudas. Hace poco más de 200 años Madison y Hamilton discutieron intensamente la forma política que debería tomar la Unión Americana. Vacilaban entre la República, en que un grupo retiene los hilos del poder, y la Democracia, en que el poder pasa enteramente a manos del pueblo. Llegaron a la conclusión de que una democracia pondría en riesgo a la Unión: sus enemigos internos y externos podrían propiciar que se disolviera, cuando algunas colonias empezaran a abandonarla. No podía confiarse en el pueblo - expuesto a la manipulación de los imperios enemigos o de los factores internos. Por esas razones, por falta de confianza en el pueblo, optaron por la república, aunque curiosamente esa forma recibió con el tiempo el nombre de democracia. En muchos libros de texto se define aún la democracia como el régimen político actual de Estados Unidos, si bien acontecimientos como los de Florida y Ohio hacen que esta postura sea hoy causa de rubor.

Permítanme aquí una digresión. Había participado en los grupos de apoyo de los sandinistas y unas semanas después de su triunfo me invitaron a Managua. Crearon un grupo para que los ayudáramos a reflexionar sobre algunas decisiones urgentes. La principal: cómo distribuir alimentos. El último año de la guerra cayó la producción de alimentos. Podía surgir el hambre. Los puertos estaban llenos de barcos con alimentos y podían llegar más, pero no sabían cómo distribuirlos. Algunos comandantes querían usar un pequeño aparato creado por Somoza. Nosotros argumentamos que con él habría ineficiencia y corrupción. Que era preferible usar los comités sandinistas, que había en cada manzana urbana y en cada comunidad rural, todos apoyando la revolución. En vez de reducirlos a una función política y policiaca de control, como en Cuba, era mejor darles una función social y crear así una estructura diferente. Después de mucha discusión, optaron por la pequeña empresa. El comandante Borge, entonces Ministro del Interior, trató de explicarnos por qué. "No podemos confiar en la gente", nos dijo. Igual que Madison y Hamilton. Fue el primer gran error de los sandinistas.

Jóvenes guerrilleros recorrían Managua a toda velocidad en algunos de los miles de Mercedes que dejó Somoza. Les hicimos ver a los comandantes que podían venderlos para obtener dólares y que, además, eran símbolo del poder. "Por eso los usamos," nos dijeron.

Del poder se trataba, en efecto. Cuando me atreví a presentarles mi punto de vista, cuestionando la noción dominante, me miraron con ternura: "Ese poder que pones en duda es el que ahora tenemos en la mano. Con él vamos a hacer la revolución". El caso se presta al análisis. ¿Cuál era el poder de Somoza? Tenía tres pilares: los Estados Unidos, el dinero y la guardia nacional. Se dice que Truman comentó alguna vez: "Sí, Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Esa era la posición. Cuando los sandinistas entraron en el bunker de Somoza, sin embargo, Estados Unidos había dejado de apoyar al gobierno de Nicaragua, el dinero de Somoza estaba en Miami y se había disuelto la guardia nacional. Lo que los sandinistas tenían en la mano era puro humo ideológico. Y echaron por la borda el prestigio que sí tenían, la confianza que el pueblo tenía en ellos, al dedicarse a construir un poder autoritario que los llevó a la corrupción y el desastre que todos conocemos.

Lo que estamos haciendo hoy en México es apelar a la imaginación sociológica y política para concebir una nueva clase de sociedad, o más bien, para crear en nuestra vida cotidiana un mundo nuevo. Como los zapatistas dicen, cambiar el mundo es sumamente difícil, si no imposible. Pero es factible crear un mundo nuevo. Esto no es un sueño romántico, sino una actitud pragmática. Para entenderla, empero, es preciso dar otro paso hacia atrás.

La contradicción principal

México es el fruto de una invención desafortunada. Fue creado como estado antes de ser nación. Y la invención se apegó a un modelo importado, que no tomó en cuenta las realidades y aspiraciones de la mayoría de los mexicanos.

En 1824, el año de nuestra primera Constitución, dos terceras partes de los flamantes mexicanos eran indios, pero sólo se les menciona una vez en ella: para facultar al Congreso a celebrar tratados de comercio con países extranjeros o tribus de indios. Eran vistos como extranjeros en su propio país. Al proclamar esa carta magna, los padres de la Patria declararon que en eso, como en todo lo demás, seguían paso a paso el ejemplo de la república feliz de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo hicieron hasta en el nombre, bautizándonos como Estados Unidos Mexicanos.

Hace 20 años Guillermo Bonfil señaló, en el mejor libro que se ha escrito sobre México, que nuestros conflictos principales son asunto de civilización. Hay un México imaginario, de las elites, de la minoría, que piensa y vive la nación en el molde la civilización occidental. Y hay también el México profundo, el de las mayorías sociales, arraigado en concepciones de una civilización negada, la civilización mesoamericana, que se aparta del proyecto occidental o lo percibe de otra manera.

Hasta ahora, uno de esos sectores ha tratado de disolver al otro, para transformar a la mayoría de los mexicanos en individuos apegados a la tradición occidental. Pero el otro sector, que no sólo está formado por los pueblos indios, sigue ahí, lleno de vida, y en los años recientes ha estado afirmando su presencia. Dicen con creciente vigor: Arrancaron nuestros frutos, quebraron nuestras ramas, quemaron nuestros troncos, pero no pudieron destruir nuestras raíces. Emplean ahora esas raíces para regenerar sus culturas y sus ámbitos de comunidad. No están tratando de imponer sus maneras de ser y de vivir a las minorías, en una especie de colonialismo a la inversa, sino de explorar los medios y maneras de lograr la coexistencia armónica de los diferentes. Desde la insurrección zapatista, este sector ha estado en el primer plano de la agenda política nacional.

Desde el año 2000 se ha observado en el seno de las clases políticas una intensa disputa entre distintos grupos o sectores que intentan retener o conquistar fragmentos de la vieja estructura y tratan de usar los poderes constituidos de acuerdo con los intereses y puntos de vista de cada grupo. Una vez más, no toman en cuenta al México profundo.

A lo largo de su periodo el presidente Fox fue incapaz de lograr que se aprobaran reformas indispensables para el enfoque neoliberal. En la ciudad de México obstaculizó cuanto pudo el gobierno de López Obrador e incluso trató de sacarlo de su puesto. Las cúpulas del PRI y del PAN cocinaron continuamente acuerdos extravagantes, en típico intercambio de favores, que dejaban siempre de lado el interés general. El caso más destacado fue sin duda el de la reforma indígena. Se estima que 40 millones de mexicanos, el 40% de la población, acudió a los mitines convocados por los zapatistas en su recorrido para presentar en el Congreso sus puntos de vista sobre la reforma constitucional incluida en los Acuerdos de San Andrés, suscritos en 1996 por los zapatistas y el gobierno. Ni el presidente Zedillo ni Fox honraron su firma, su compromiso. Miles de organizaciones, en nombre de millones de personas, apoyaron la reforma. Nunca antes un cambio legal había recibido tanto apoyo. No hubo una sola organización que se atreviera a rechazarla públicamente. El Congreso, sin embargo, aprobó una contrarreforma, suscrita por los tres partidos políticos. La Suprema Corte se lavó las manos del asunto, cuando cientos de municipios indígenas presentaron controversias constitucionales contra la reforma aprobada. Quedaba claro que los tres poderes constituidos no reflejaban los intereses de la gente. No le hacían caso alguno.

En ese contexto se propuso La Otra, a mediados del año pasado. Los zapatistas habían logrado importantes avances en la consolidación de su tejido social y político en la zona bajo su control, y habían introducido cambios significativos en sus estructuras, en torno a sus nuevas Juntas de Buen Gobierno. El informe sobre el funcionamiento de éstas que presentaron en agosto de 2004 ratificó su estilo habitual: dicen lo que hacen y hacen lo que dicen. Hizo público también lo que habían conseguido en las tareas que se impusieron y las dificultades que enfrentaban.

Las Juntas "son la prueba de que el zapatismo no pretende hegemonizar ni homogeneizar, bajo su idea y con su modo, el mundo en que vivimos...En tierras zapatistas no se está gestando la pulverización de la nación mexicana. Por el contrario, lo que aquí nace es una posibilidad de su reconstrucción". (La Jornada, 23-08-04). Los zapatistas saben bien que los poderes constituidos no cumplirán los Acuerdos de San Andrés; al llevarlos por su cuenta a la práctica demuestran que no se produce ninguno de los efectos negativos cuya anticipación se empleó como pretexto para la contrarreforma constitucional.

Es zapatismo, dicen los zapatistas, que las decisiones las tomen las comunidades a contrapelo del régimen dominante. "El nuestro, sostienen, no es un territorio liberado ni una comuna utópica. Tampoco es el laboratorio experimental de un despropósito o el paraíso de la izquierda huérfana. Este es un territorio rebelde, en resistencia." (La Jornada, 2-10-04)

La Comuna de la Lacandona "no es un régimen sino una práctica...un laboratorio de nuevas relaciones sociales...(que) recupera viejos anhelos de los movimientos por la autoemancipación: la liberación ha de ser obra de sus beneficiarios, no debe haber autoridades por encima del pueblo, los sujetos sociales han de tener plena capacidad de decisión sobre su destino. Su existencia no es expresión de una nostalgia moral, sino expresión viva de una nueva política." (Hernández, La Jornada, 7-9-04).

A su manera, como es su costumbre, los zapatistas siguen poniendo a prueba la velocidad del sueño, con un aliento libertario. Los acompañan quienes vienen a aprender y a colaborar con ellos, que en el periodo del informe de las Juntas procedían de 43 países y de muchas regiones de México.

La experiencia de lo que están haciendo no se acomoda adecuadamente en los términos de que disponemos. Las prácticas zapatistas continúan antiguas tradiciones pero constituyen una novedad estrictamente contemporánea. La idea de gobierno implica gobernantes y gobernados, la división de la sociedad en esas dos clases de personas en el seno de un régimen de opresión. Supone un conjunto de dispositivos institucionales para que los gobernantes puedan controlar a los gobernados. Por esa razón, entre otras, en muchas comunidades indígenas no se usa esa palabra para hablar de las propias autoridades, que no tienen esas características. Se emplea sólo para aludir a las personas e instituciones del gobierno, en cualquiera de sus niveles, que se asumen como ajenas, impuestas, opresoras. Al llamar a sus nuevos órganos de expresión de la voluntad colectiva Juntas de Buen Gobierno los zapatistas denunciaron implícitamente el mal gobierno de la estructura dominante. Sin embargo, quizás habría que inventar nuevos términos para expresar cabalmente en qué consiste mandar obedeciendo (que los gobernados sean gobernantes) y cuál es el color específico de la esperanza que aparece en el apellido diferenciado que las comunidades pusieron a cada Junta.

La Sexta

En junio de 2005 los zapatistas anunciaron que estaban sometiendo a consulta una iniciativa política que podía poner en peligro todo lo conseguido hasta ese momento. Era el resultado de un largo proceso de consolidación de su opción política en la Selva Lacandona y de su continuo análisis del contexto, caracterizado por la descomposición cada vez más profunda y general de las clases políticas. Tanto los tres poderes constituidos como los partidos políticos se deterioran continuamente. El espectáculo es patético y doloroso, no tanto porque haya muchas cosas rescatables en lo que está desmoronándose, sino por las consecuencias del desaguisado. Desde agosto de 2004 los zapatistas exigían observar atentamente lo que estaba ocurriendo.

El desmantelamiento frenético e implacable del Estado nacional, conducido por una clase política falta de oficio y de vergüenza (y acompañada en no pocos casos por algunos medios de comunicación y por el sistema jurídico en pleno), llevará a un caos y a una pesadilla que ni en la programación estelar de terror y suspenso podrían igualar. (La Jornada, 20-08-04).

No es una perspectiva alentadora, ni el caldo de cultivo de la revolución. No se trata de una transformación necesaria y sensata, para sustituir progresivamente las piezas corruptas o inservibles de una maquinaria obsoleta. Es un proceso tenso y turbulento en el que los fragmentos de lo que fue el sistema político mexicano tratan torpe e inútilmente de articularse de nuevo y se enfrentan entre sí, torpe e interminablemente, guiados por el afán de despejar de rivales un camino que sólo en la ilusión de los involucrados es ascendente, pues tiene todo el aspecto de un despeñadero, al cual, además, parecen estar cayendo también los demás estados nacionales, cada cual a su manera.

Con humor extraño, el subcomandante Marcos recordó en junio de 2005 ese contexto: la guerra emprendida por el capitalismo en la era de la globalización neoliberal, la que los zapatistas han llamado la Cuarta Guerra Mundial.

Entre los escombros producidos por esta guerra de reconquista, yacen las bases materiales, económicas, del Estado-nación tradicional... También se encuentran destruidos, o con daños severos, los aparatos y las formas de dominación tradicionalesPor lo tanto, la destrucción también alcanza a la clase política tradicional. (20 de junio).

Mediante el comunicado los zapatistas pintaron su raya. Mostraron la manera en que la mercadotecnia electoral exige a todos los partidos y candidatos acomodarse en el centro del espectro ideológico. Exhibieron las características de cada uno y consideraron necesario definirse. Allá arriba, denunciaron,

reinan la indecencia, la desfachatez, el cinismo, la desvergüenza Nos produce rabia e indignación ver lo que vemos, y lucharemos para impedir que esos sinvergüenzas se salgan con la suya. Porque es la hora de empezar a luchar para que todos esos que allá arriba desprecian la historia y nos desprecian, rindan cuentas, para que paguen.

Para nadie fue sorpresa la distancia de los zapatistas respecto al PAN o al PRI, pero el comunicado acalambró a quienes desde las filas del PRD o cerca de ellas alimentaban esperanzas de que los zapatistas se sumarían a la campaña de su candidato o por lo menos lo dejarían en paz. Inquietó, particularmente, la virulencia de la descalificación.

Las clases políticas y casi todos los medios adoptaron una actitud elitista y dogmática ante la nueva iniciativa y mostraron racismo, ignorancia y miopía [2]. Aunque así dieron sin quererlo razón puntual a los zapatistas, permiten constatar la magnitud de los riesgos que estos toman, conscientes como están, con base en la experiencia, que esas clases políticas pueden armar cualquier desaguisado, incluso alguno que ponga en peligro cuanto han conseguido hasta ahora los zapatistas, cuando su lumbre les empiecde a llegar a los aparejos.

La Sexta Declaración de la Selva Lacandona especificó como de costumbre la intención:

Esta es nuestra palabra sencilla para contar lo que ha sido nuestro paso y en dónde estamos ahora, para explicar cómo vemos el mundo y nuestro país, para decir lo que pensamos hacer y cómo pensamos hacerlo, y para invitar a otras personas que se caminan con nosotros en algo muy grande que se llama México y algo más grande que se llama mundo.

La Sexta es una síntesis eficaz de los años de lucha zapatista y de su percepción actual. No hay forma de resumirla y es indispensable su lectura cuidadosa. En ella los zapatistas anuncian la riesgosa iniciativa de articular a los miles de organizaciones y a los millones de personas que militan en las filas del descontento, a fin de transformar la actual forma de resistencia -que acaso no da más de sí- en una lucha de liberación. Para aglutinarlos, los zapatistas no utilizarán una doctrina abstracta, un manifiesto político general o una estructura vertical y burocrática de tipo partidario. Apelarán a su reconocida fuerza moral, la única que parece crear el espacio propicio para el encuentro de los diferentes.

En estricto sentido, la Sexta se reduce a reiterar lo que los zapatistas plantearon desde el primer momento y no han dejado de hacer. Hace diez años liberaron la esperanza que quedó atrapada en los acomodamientos cobardes o cómplices de todos los partidos ante la ola neoliberal. La gente empezó a transitar con los zapatistas por caminos inéditos. Muchos grupos, por ejemplo, aceptaron el desafío de la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona (caminar sin los partidos políticos y el gobierno), aunque quizá nadie llegó tan lejos como los zapatistas, en cuya zona las comunidades han avanzado como nunca antes en la construcción de su propia vida sin apoyo del gobierno y al margen de los partidos. Una y otra vez los zapatistas intentaron no sólo abrirse a otros sino ceder la iniciativa a la sociedad civil nacional e internacional, como explícitamente plantearon desde la Convención Nacional Democrática de 1994, pasando por los encuentros intercontinentales contra el neoliberalismo en Chiapas y España, su participación en el Congreso Nacional Indígena, el Frente Zapatista de Liberación Nacional, la Marcha de la Dignidad Indígena, la revista Rebeldía y muchas otras iniciativas. Por diversas razones y circunstancias no pudieron participar directamente en los esfuerzos de articulación organizativa. Hoy deciden correr el riesgo de hacerlo.

La Sexta es ante todo un desafío a la imaginación, para que las mayorías sociales puedan concebir una alternativa viable a un régimen corrupto fundado en la violencia, la explotación y la opresión. Tanto el estado-nación como la democracia formal se establecen sobre la premisa de que somos individuos competitivos y violentos que sólo podemos coexistir si nos controla el Estado, a quien se otorga por ello el monopolio de la violencia legítima. La lucha de los ciudadanos se reduce así a participar en elecciones siempre manipuladas de los funcionarios que deben controlarlos, a observarlos y pedirles cuentas (que nunca rinden) y a sustituirlos periódicamente. Por eso seguimos expuestos a la violencia brutal y múltiple del régimen que supuestamente nos protegería de la nuestra. Ha llegado la hora de poner otro en su lugar, alegre y pacíficamente. De eso trata hoy la iniciativa zapatista.

Los riesgos son grandes y no exageran los zapatistas cuando plantean que podrían perder cuanto han conseguido hasta ahora.

El riesgo, en suma, es que los zapatistas se queden solos, aislados, y por ende expuestos al exterminio. Tienen plena conciencia de esa posibilidad. Pienso que a pesar de ello tomaron la iniciativa porque confían en la fortaleza de lo que han tejido en su propio lugar, por ser consecuentes consigo mismos y quizás porque no hay otro remedio. La circunstancia actual exige actuar. Sólo con la extensión y el contagio del virus de la dignidad podrá afirmarse y consolidarse lo que ya está. En vista de lo ocurrido durante los últimos diez años, los zapatistas no pueden seguir esperando que la propia sociedad civil se articule y tome la iniciativa. Apelarán a las "bolsas de resistencia" que han brotado por todas partes, con muchas de las cuales han mantenido contacto.

La reconquista de los ámbitos de comunidad

Señalé antes que la experiencia mexicana de este periodo será probablemente estudiada como laboratorio ideal para revelar la naturaleza del poder moderno, es decir, la medida en que depende de percepciones generales. El poder opera a partir de ciertos enunciados que establecen la manera en que nos gobernamos a nosotros mismos y en que aceptamos ser gobernados por otros y funcionan como certidumbres, prejuicios, guías del comportamiento. Sólo cambios sustantivos en esos enunciados revelan cambios reales en el "sistema de poder", pero esta clase de cambios no se refleja instantánea o mecánicamente en los aparatos institucionales, cuyas inercias se mantienen en ocasiones por mucho tiempo. (Pueden volverse cascarones vacíos, con cierta función ritual, aunque la sustancia haya cambiado. Como la monarquía en Inglaterra) Lo que ha ocurrido en México desde 1994 es que buena parte de los enunciados con los que nos gobernábamos dejaron de existir. El genio de los zapatistas consistió en hacerse expresión de intuiciones generales y percepciones comunes, dándoles una nueva articulación. Bien arraigados en sus tradiciones pero abiertos a la realidad contemporánea, convirtieron sus palabras en verbos, en símbolos de la acción.

No se han formulado aún los enunciados que definirán el nuevo régimen político. Por eso las estructuras de poder y los aparatos institucionales parecen cada vez más vacíos y seguirán cayendo, como el muro de Berlín, hasta que los nuevos enunciados puedan moldear nuevas instituciones. Por eso los zapatistas insisten en que sólo representan la antesala del cambio. No quieren funcionar como vanguardia iluminada, una nueva elite, tomando decisiones por todos y tratando de imponer nuevos enunciados concebidos sólo por ellos. Saben que su "verdad" no es la de todos y esperan que entre todos podamos articular la nueva.

¿Cómo materializar este sueño? Si la gente puede expresarse democráticamente, tiende a votar por cosas que los buenos socialistas llamaban "preferencias pequeño burguesas": un poco más de pornografía y futbol, más televisión que lectura Tanto socialistas como liberales aceptaron por eso que una elite o una vanguardia guiaran a la gente y tomaran decisiones en su nombre. Pero las elites se corrompen. Todas se han corrompido. Tras la bancarrota del socialismo estatizado y de todas las variantes del Estado populista, liberal o de bienestar, queda abierta de nuevo la opción autoritaria: gobernar por la fuerza y con el mercado sería el nuevo nombre del Apocalipsis. O más bien: es el viejo nombre en el momento en que caen todas las máscaras. En una sociedad capitalista sólo es posible gobernar con la fuerza; por eso se otorga al Estado el monopolio de la fuerza "legítima". Lo que antes se disimulaba, entre otras cosas por la competencia socialista, ahora se confiesa con cinismo. Se gobierna por la fuerzahasta que se llega al punto en que ya no se puede gobernar a la gente y a los acontecimientos, como ahora está ocurriendo.

Puesto que el Estado tiende naturalmente a ser injusto, corrupto y arbitrario, es preciso detenerlo, ponerle un límite. Este parece ser el punto de partida de toda posición política válida en el momento actual. Ante el fracaso de los dispositivos democráticos para establecer ese límite, porque se corrompen tanto como las elites, las comunidades han empezado a surgir como alternativa. Surgen, más que nada, porque no parece haber otra opción. Pero también por la convicción de que el futuro será, de alguna manera, un hecho comunitario. El socialismo portaba un mensaje de comunitarismo, pero se tradujo en colectivismo, estatismo y autodestrucción.

Aun aquellos que aceptan el valor y potencialidad de las comunidades, no las creen capaces de enfrentar simultáneamente las fuerzas de las corporaciones transnacionales y del Estado moderno. ¿Cómo resistir la lógica abstracta del poder moderno, que parece haber escapado de toda posibilidad de control humano? La noción de poder que pretende armarlo democráticamente en la forma de una pirámide, en que la base es lo que cuenta, termina descubriendo que tiene forma de hongo. (Y aquí vale claramente la implícita alusión nuclear).

Al mismo tiempo, es cada vez más evidente el vacío y fragilidad de la parafernalia del poder. Los poderosos pueden cada vez menos, salvo cuando se trata de destruir. Administran fuerzas económicas, militares o políticas y las despliegan continuamente, sobre todo en los medios, para conservar lo que aún les queda de poder efectivo. Pero ya no tienen el que dicen tener.

Cuando los zapatistas mostraron que el emperador estaba desnudo precipitaron la caída del régimen político que había gobernado por 70 años. No intentaron convertirse en su sustituto, sino que se dedicaron empecinadamente a reorganizar la sociedad desde su base, en sus propios espacios, y a tender horizontalmente sus redes hacia toda suerte de coaliciones de descontentos. Así se han estado ampliando y consolidando espacios autónomos que definen nuevos ámbitos de comunidad.

Las comunidades no parecen capaces de enfrentarse a las inmensas fuerzas económicas y políticas que las siguen agrediendo, a las grandes corporaciones transnacionales y a un Estado que se encuentra cada vez más al servicio del capital. Sin embargo, se extienden continuamente amplias coaliciones de descontentos, que persisten en su lenta acumulación de fuerzas. Puede verse en lontananza la condición en que podría lograrse la inversión política de la dominación económica, de las estructuras del capital. Sin perder sentido de realidad, o sea, sin despreciar los riesgos reales de la circunstancia, no debemos dejarnos deslumbrar por los fuegos de artificio de los poderes constituidos, nacionales e internacionales, incluyendo los de la "superpotencia" que al fin se reconoce como imperio. En todas las agonías de un régimen se emplean las fuerzas que aún quedan para impresionar a los súbditos, para hacerles creer que aún se es quien se era Con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, menos sentarse en ellas, dicen que dijo Napoleón. Esta imagen repugnante ilustra bien la experiencia universal: con los ejércitos y la policía es posible destruir e intimidar, pero no es posible gobernar...a menos que la gente permita que el temor paralice su corazón y su cabeza.

Sería criminal idealizar la miseria. Los nuevos espacios de autonomía sufren restricciones extremas. Pero sería igualmente criminal no tomar en cuenta su capacidad de innovación. No son formas de mera supervivencia o para asegurar una cierta manera de subsistir. Son formas contemporáneas de vida, que constituyen una novedad sociológica que actualiza la tradición y revalúa la modernidad. Se han concebido en una era en la que todo lo que los hombres y mujeres necesitan para su deleite puede obtenerse, dados los medios técnicos disponibles, y para una era en que la forma no económica de allegarse lo necesario permitirá obtenerlo libremente con dignidad. Son formas que dejan atrás la era en que la meta de mejoramiento ilimitado sólo concentró privilegios e impuso toda clase de sufrimiento a las mayorías sociales, supuestamente para su propio bien.

De regreso de los futuros prometidos, que hicieron del presente un porvenir siempre pospuesto, los zapatistas se afirman día tras día en su sorprendente creación. Que es cada vez más nuestra. No logro ver otra vía para escapar del horror que ha estado instalándose entre nosotros y que sólo somos capaces de contener desde las comunidades y sus redes. La Sexta es nuestra oportunidad de articularnos con imaginación y caminar la esperanza.

Lo anticipaba el sup Marcos en un comunicado de junio de 1997:

La aparente infalibilidad de la globalización choca con la terca desobediencia de la realidad. Al mismo tiempo que el neoliberalismo lleva adelante su guerra mundial, en todo el planeta se van formando grupos de inconformes, núcleos de rebeldes. El imperio de las bolsas financieras enfrenta la rebeldía de las bolsas de resistencia.

Sí, bolsas. De todos los tamaños, de diferentes colores, de las formas más variadas. Su única semejanza es su resistirse al "nuevo orden mundial" y al crimen contra la humanidad que conlleva la guerra neoliberal. (EZLN. Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial).

John Berger habla también de esas bolsas, en La forma de un bolsillo:

El bolsillo en cuestión es una pequeña bolsa de resistencia. Un bolsillo se forma cuando dos o más personas están de acuerdo. La resistencia es contra la inhumanidad del nuevo orden económico mundial. La gente que se junta somos el lector, yo y aquellos sobre quienes hablan estos ensayos: Rembrandt, los antiguos egipcios, un experto en la soledad de ciertas alcobas de hotel, los perros al anochecer, un hombre en una estación de radio. E inesperadamente, nuestro diálogo nos fortalece a todos en la convicción de que lo que está ocurriéndole al mundo hoy día está mal, y de que lo que a menudo se dice sobre él es mentira. Nunca he escrito un libro con una mayor sensación de urgencia. (John Berger. La forma de un bolsillo. México: Era, 2002.)

Berger escribió esto hace cuatro años. Lo que temía, lo que determinaba su urgencia, está aquí, entre nosotros. Define la coyuntura mexicana.

Antes de abordar, para concluir, algunos aspectos de la perspectiva inmediata y del conflicto en Oaxaca, quiero referirme a un aspecto de La Sexta que la define y la pone en abierto contraste con otras propuestas de la izquierda en América Latina: su postura anticapitalista.

¿Socialismo?

Un número creciente de personas se pregunta qué hacer con el capitalismo. Con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los zapatistas trajeron este asunto al debate público y la agenda política. Declararon con firmeza que su lucha era anticapitalista. Entre quienes celebraron el hecho hubo muchos que dieron por sentado el signo socialista de esta posición. Si están contra el capitalismo serán socialistas, pensaron. Pero no debemos abordar esta cuestión con pasos hacia atrás, regresando a la disputa ideológica que nos entrampó por más de un siglo. Enfrentamos una situación sin precedentes, que no ha de examinarse con elementos de la víspera.

El desorden actual empezó a profundizarse cuando los vencedores de la guerra fría inauguraron la década de 1990 con la convicción de que se había llegado al fin de la historia: el régimen capitalista de producción representaría la culminación de la evolución humana. Con el capitalismo, empero, no se puede gobernar. Las políticas inspiradas en él que han adoptado instituciones internacionales y siguen muchos gobiernos no forman un cuerpo de doctrina coherente para conducir los empeños colectivos. George Soros, un prominente especulador financiero que conoce bien las intimidades de Wall Street, ha mostrado desde hace años su sorpresa y preocupación ante lo que está ocurriendo. Le llama "fundamentalismo de mercado".

Estamos realmente ante el ciego fundamentalismo de unos cuantos, encaramados a la capa superior del poder político, que gobiernan sin orden ni concierto. Sus políticas expresan la convicción ideológica de que las fuerzas del mercado son capaces de hacerlo todo. Algunos lo llegan a decir en los términos extremos de un funcionario de la administración del presidente Bush: "No pretendo abolir el gobierno. Simplemente quiero reducirlo a un tamaño en que pueda llevarlo al baño y enviarlo por el excusado".

Adoptar conscientemente una postura anticapitalista, como hicieron los zapatistas, no es ya radicalismo sectario de un grupo marginal. Empieza a definir un consenso que se forma en la base social y abarca también a personas lúcidas de todas las capas sociales. Pero necesitamos reflexionar seriamente en lo que significa en la coyuntura actual.

Una vez más, como ha señalado Harry Cleaver,

después del largo periodo de silencio que siguió al colapso del imperio soviético, se escuchan llamados al "socialismo" desde todos los puntos del espectro ideológico, especialmente en la América Latina. Más aún, no se trata de llamados apenas perceptibles de revolucionarios aislados y clandestinos, sino que los lanzan en voz alta jefes de Estado. Destacan los del presidente venezolano, Hugo Chávez, y los del presidente boliviano elegido recientemente Evo Morales, que rechazan el "Consenso de Washington" neoliberal y a favor del libre mercado y no sólo se pronuncian contra un capitalismo sin restricciones, sino a favor de alguna forma de socialismo. (¿Socialismo?, Oaxaca: Ediciones ¡Basta!, 2006, p.7).

Esto ocurre, sin embargo, tras el colapso de los gobiernos socialistas en Europa Oriental y el desmembramiento de la Unión Soviética. El socialismo no llegó ahí a su fin desde afuera sino desde adentro: décadas de resistencia pasiva dieron lugar a levantamientos abiertos y generalizados.

El hecho de que a pesar de sus beneficios (más o menos ocupación plena, vivienda garantizada, canasta básica de alimentos barata, servicios médicos y educativos gratuitos) las masas de la gente de estos países hayan rechazado estas variantes del socialismo de Estado de tipo soviético exige una muy seria reconsideración del asunto (Cleaver 12)

Cleaver observa con preocupación:

En verdad, para quienes luchamos por un mundo mejor más allá del capitalismo, sea que nos llamemos socialistas o no, para cuantos afir-mamos que creemos en el poder de la gente común para remodelar nuestro mundo, este dramático levantamiento en el campo socialista debe ser la ocasión de se-rias reflexiones sobre el tema del socialismo como alternativa al capitalis-mo. Podemos rechazar los reclamos tanto de los ideólogos capitalistas como de los comunistas de línea dura y considerar que se trata de propaganda interesada, pero podemos cier-tamente coincidir en que está ocurriendo algo muy significativo. ¿Debemos entender las acciones de los pueblos de Europa del Este como el rechazo definitivo del socialismo por el único pueblo que cuenta -las masas- y, por lo tanto, tomando en serio la lección, dejar de hablar de socialismo y de-sarrollo socialista como alternativas deseables al capitalismo? ¿O están siendo rechazados los regímenes más por estalinistas que por socialistas? Si éste es el caso, ¿qué es lo que queda del socialismo que pueda cons-tituir una guía para pensar el movimiento más allá del capitalismo? (Cleaver 13)

No puedo abordar aquí en detalle esta compleja discusión. Cleaver, en el texto a que estoy haciendo referencia, examina con cuidado los problemas que existen en el propio pensamiento socialista, en las ideas socialistas, no sólo en las experiencias del llamado "socialismo real". Uso como atajo una conversación que sostuve con Teodor Shanin, cuando pasó por México hace unos años:

La única manera de proseguir una discusión sobre el socialismo es empezar con el supuesto de que el socialismo podría haber llegado a su fin. Es un fenómeno histórico, tuvo un principio y tiene un fin. Estamos al principio de su fin. Tenemos que llevar nuestro pensamiento hasta ese punto y hablar de ello. La mayoría de los socialistas no pueden llegar tan lejos, porque psicológicamente no pueden aceptar el desastre. Si lo aceptaran, ¿en qué habrían gastado sus vidas?

Si logramos salir avantes de la circunstancia actual, del momento más difícil del socialismo estatizado en el sentido negativo, no habremos desembocado en la solución. Quizá tenemos que desechar la palabra socialismo: no se acabó solamente una forma del socialismo, sino su realidad misma. Y entonces necesitamos el comunismo, que aparece como una respuesta natural a nuestro predicamento.

Ahora sabemos que todas las elites se corrompen. No ha habido un solo caso de una elite socialista que no se haya corrompido

Este puede ser el momento de promover el establecimiento de nuevas ideas. Lo interesante es que, en vista de que echamos a perder nuestras relaciones con la ciencia, con el progreso y con el poder, estamos orillados a una situación muy peculiar en que estamos viendo hacia el pasado para encontrar respuestas sobre el futuro.

El futuro deberá ser, de algún modo, un hecho comunitario. El socialismo era claramente portador de un mensaje de comunitarianismo. El problema es que fue traducido en colectivismo, estatismo y autodestrucción. (Shanin 2006)

Estoy convencido, en suma, de que la forma anticapitalista actual, su teoría y su práctica, no pasan por el socialismo. Se mantienen, sin duda, los ideales de justicia de los socialistas de todas las corrientes. Pero se abandonan, una tras de otra, sus distintas propuestas, que siguen infaltablemente asociadas con el diseño del estado-nación, como estructura de dominación y control, y con las concepciones ya obsoletas sobre desarrollo, el desgastado emblema de la hegemonía estadounidense, lanzado por el presidente Truman el 20 de enero de 1949, el día en que tomó posesión, cuando acuñó la palabra subdesarrollo y declaró la que con el tiempo se llamó "guerra fría", la tercera guerra mundial.

¿Democracia? Presencia y representación

Durante el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo, en julio de 1996, el subcomandante Marcos explicó en una intervención informal la actitud de los zapatistas acerca del poder cuando preparaban el levantamiento:

Pensamos que había que replantear el problema del poder, no repetir la fórmula de que para cambiar el mundo es necesario tomar el poder y ya en el poder, entonces sí lo vamos a organizar como mejor le conviene al mundo, es decir, como mejor me conviene a mí que estoy en el poder. Hemos pensado que si concebíamos un cambio en la premisa de ver el poder, el problema del poder, planteando que no queríamos tomarlo, esto iba a producir otra forma de hacer política y otro tipo de político, otros seres humanos que hicieran política diferente a los políticos que padecemos hoy en todo el espectro político. (EZLN, 1996, 69)

El 1º de enero de 1996, en su Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, los zapatistas invitaron a todos a explorar en el plano local lo que la gente puede hacer sin los partidos políticos ni el gobierno. Para los zapatistas, la cuestión no es quién está en el poder, ni de qué forma cualquier persona, grupo o partido lograron una posición de poder (a través de elecciones o por cualquier otro medio), sino la naturaleza misma del sistema de poder.

Al deslindarse de la tradición guerrillera, los zapatistas mostraron que deja siempre pendiente el lugar de la gente.

Está un poder opresor que desde arriba decide por la sociedad, y un grupo de iluminados que decide conducir al país por el buen rumbo y desplaza a ese otro grupo del poder, toma el poder y también decide por la sociedad. Para nosotros esa es una lucha de hegemoníasNo se puede reconstruir el mundo, ni la sociedad, ni reconstruir los estados nacionales ahora destruidos, sobre una disputa que consiste en quién va a imponer su hegemonía en la sociedad. (Subcomandante Marcos, en entrevista con García Márquez, marzo 2001, reproducida en Lopes 2004)

Todo mundo está empezando a reconocer que los procedimientos electorales necesitan en todas partes una reforma profunda y completa, para devolverles credibilidad y legitimidad o dárselas por primera vez. Los zapatistas no creen que esas reformas basten para resolver problemas insertos en la estructura misma de los Estados-nación "democráticos". Tampoco creen que los cambios necesarios puedan o deban venir de arriba. Piensan que las transformaciones indispensables, que incluyen la configuración misma del Estado, sólo pueden conseguirse con la reorganización de la sociedad desde ella misma, desde los tejidos propios de la gente, desde sus comunidades, sus barrios, sus municipios.

La democracia sólo puede estar adonde la gente está, no "allá arriba", en la cúspide de las instituciones, por muy perfectos que sean los procedimientos para elegir representantes que las configuren y operen. Mientras la confianza en los poderes constituidos se sigue deteriorando, una nueva esperanza se deposita en la fuerza que constituye esos poderes, la que puede darles o quitarles vida, sentido y sustancia. El zapatismo fue desde el principio una apelación abierta a esa fuerza constituyente de la sociedad, una invitación a su ejercicio consciente para que quienes la forman, no quienes pretenden representarla, se ocupen de la transformación social.

Es cada vez más evidente, en todas partes del mundo, que los poderes constituidos no están respetando la voluntad de la gente, se hayan o no constituido de manera democrática. Las voces de los 30 millones de personas que salieron a la calle para impedir la guerra en el Medio Oriente no fueron escuchadas. Así es a cada paso, en todas partes. Esta situación propicia el desencanto creciente con la democracia formal. Provoca una sensación de impotencia. Propicia la apatía, la indiferencia, incluso la desesperación. Tanto votar como dejar de hacerlo parecen inútiles o contraproducentes.

Los zapatistas crearon un camino alternativo -el de una fuerza política, en vez de un partido político, que transforme la realidad social y política desde la raíz y que pueda cercar y arrinconar a quienes tienen cercada y arrinconada a la gente, una fuerza capaz de ir encerrando a los encerradores, rodeando y controlando los poderes constituidos hasta llegar al punto en que sea posible sustituirlos en un nuevo régimen realmente democrático.

Los zapatistas saben que su lucha actual ha de realizarse en el marco del Estado mexicano. No viven en Marte. Pero no se han dejado atrapar en la ilusión perversa de que el Estado es la única realidad política general, la forma privilegiada de la actividad política. Recuperan el sentido de la política como compromiso con el bien común, que se expresa en el sentido común, el sentido que se tiene en comunidad. Arrebatan al Estado la función de definir la buena vida, que éste cedió al mercado; la recuperan para la sociedad civil, para el pueblo. Lejos de ver el Estado como un horizonte único o privilegiado, lo perciben como un conjunto de estructuras de dominación que es preciso marginar y disolver.

Los zapatistas están al tanto del debate actual, que se realiza en la teoría y en la práctica, acerca de la situación y las perspectivas del Estado-nación. Observan que esta invención moderna, dentro de la cual se organizó y promovió la sociedad económica en sus formas capitalistas o socialistas, está siendo atacada actualmente desde dos frentes: por fuerzas e instituciones trasnacionales o multinacionales y por grupos internos con reivindicaciones étnicas, religiosas o ideológicas. Saben que algunos especialistas consideran que ese doble ataque estaría disolviendo a los Estados-nación, cuya era habría llegado a su fin al rendir sus poderes reales y sus facultades legales en el altar de las grandes corporaciones privadas, mientras otros expertos piensan que los Estados-nación deben cumplir más que nunca su función policíaca para controlar resistencias y rebeldías de la población y por eso estarían más fuertes que nunca. Casi todos reconocen que los Estados ya no pueden ocuparse de la administración de la economía nacional, que había sido su tarea principal, por la medida en que todas las economías se han transnacionalizado y ninguna de las estructuras macronacionales que se han creado, como la Unión Europea, el Tratado de Libre Comercio o la Organización Mundial de Comercio, son capaces de sustituir a los Estados en esa función. Pero mientras unos ven en esto el principio de su extinción, otros consideran que es preciso reforzar a los Estados nacionales para que sean capaces de controlar a quienes se oponen cada vez más abiertamente al nuevo desorden mundial. Otros más, finalmente, desde el lado izquierdo del espectro ideológico, regresan a sus tradiciones estatalistas, exigiendo la reconstrucción del Estado y su soberanía para que realice las funciones de transformación y redistribución que tradicionalmente le atribuyen.

Como muchos otros grupos en el mundo entero, los zapatistas se muestran claramente interesados en recuperar y renovar las diferentes nociones de Estado y nación, que fueron abandonadas cuando se crearon los Estados-nación modernos a la sombra del capitalismo naciente. Han expresado su simpatía por los esfuerzos que intentan transformar el Estado homogéneo (monocultural o multicultural) en un Estado plural, según distintas concepciones. Sin embargo, no han dedicado su voluntad o su discurso a algún diseño político específico, que se proponga como un sustituto del Estado-nación "democrático" en cuyas ruinas aún vivimos. Parecen convencidos de que la "sociedad en su totalidad" (el diseño general de una sociedad) es siempre el resultado de una multiplicidad de iniciativas, fuerzas e impulsos -no el fruto de la ingeniería social a cargo de burócratas profesionales o de diseños teóricos creados por unos cuantos iluminados. Apelan a la imaginación sociológica y política de hombres y mujeres ordinarios, al tiempo que subrayan una y otra vez que lo realmente necesario es la plena participación de todos, particularmente de los hasta ahora excluidos, en la formulación de los conceptos y prácticas que darán una nueva forma a la sociedad y a su régimen político.

En las regiones que están bajo su control, los zapatistas acotan un camino en que democracia significa presencia en vez de representación.

Los escenarios del momento

El Tribunal Electoral tomará en los próximos días sus decisiones - que serán irremediablemente históricas y de inmensas consecuencias. Considerando su marco legal, los principales escenarios previsibles son los siguientes:

El nuevo presidente encontrará las arcas vacías, el país saqueado y compromisos irrenunciables, nacionales e internacionales, que restringirían al extremo el margen de maniobra. Habrá un periodo de intensos reacomodos en el PRI, desplazándose una parte de sus diputados y senadores a otros partidos, principalmente al del nuevo presidente. Persistirá la inestabilidad en la configuración política del Congreso, que no podrá asegurar a nadie una mayoría confiable.

El nuevo presidente encontrará también un país profundamente dividido y confrontado, que separa con líneas bastante claras el norte y el sur y las clases sociales. La conciliación y concertación sólo podría realizarse con el reconocimiento de la naturaleza profunda de la división, en términos civilizatorios y en términos económico-políticos, el cual resulta casi imposible para las clases políticas actuales.

Por todo lo anterior, es previsible que en cualquiera de los escenarios se agraven todos los aspectos de las crisis actuales y que se demuestre, aún más claramente, la incapacidad de las clases políticas de superarlas.

El acertijo oaxaqueño

En este contexto cobra especial relevancia el acertijo de lo que ocurre actualmente en Oaxaca.

La mayoría indígena de Oaxaca y la configuración física del estado contribuyen a explicar sus características únicas. Entre ellas destaco el hecho de que tiene la quinta parte de los municipios del país con poco más del tres por ciento de la población: esta unidad política básica de México, creada por los españoles para dividir y controlar y heredada por los gobiernos de México que la han usado con ese mismo propósito, tiene en Oaxaca un significado distinto. En cuatro de cada cinco municipios se gobierna por "usos y costumbres", un eufemismo para subrayar que la gente se erige en autoridad sin procesos electorales y toma por sí misma las decisiones que afectan la vida en común.

El procedimiento para constituir las autoridades comunitarias y municipales se basó en una continua simulación, al margen de la ley, que se prestaba a manipulaciones y conflictos. En 1994 el gobernador oaxaqueño en turno, temeroso de que la insurrección zapatista se extendiera, impulsó un "Nuevo Acuerdo" con los pueblos indios, para gobernar junto con ellos el estado. Una de las expresiones de ese acuerdo fue un cambio en el Código Electoral que reconoció la autonomía de los municipios indios para constituir su sistema de gobierno. En 1998 esta reforma legal se complementó con una nueva ley para los pueblos y comunidades indias de Oaxaca, que es la más avanzada del continente americano, aunque ha sido continuamente violada desde su proclamación por los sucesivos gobernadores del PRI.

Hace dos años todas las fuerzas políticas del estado se aliaron para enfrentarse al PRI, que había mantenido hasta entonces el control de las urnas, entre otras cosas porque los pueblos indios no se interesaban en ellas y cuando más empleaban las elecciones como un instrumento de negociación con el estado. El candidato del PRI perdió claramente las elecciones, pero logró conquistar la gubernatura con un fraude. No en balde es reconocido como el principal mapache del PRI, el experto en fraude electoral que le dio a Madrazo su gubernatura en Tabasco y era su brazo derecho en la actual campaña: le prometió que Oaxaca le daría un millón de votos. Todos los órganos electorales de Oaxaca estaban bajo el control del gobierno del PRI. Aún así, la oposición que unía al PAN y al PRD, con otras fuerzas políticas, llevó la impugnación de la elección asunto hasta el Tribunal Federal, el cual reconoció la condición fraudulenta del proceso pero consideró que no podía declarar su nulidad, por tratarse de un asunto local. De esa manera revirtió jurisprudencia del propio Tribunal, que había anulado las elecciones de Colima y Tabasco.

El hecho provocó una gran frustración en quienes se habían animado a votar, a pesar de su desconfianza tradicional en las urnas y su desapego del sistema de representación. Tres meses después de la elección de gobernador tuvo lugar la de municipios. La gente constituyó sus autoridades a su manera, en cuatro de cada cinco de ellos, pero en los municipios en que se realizó la elección por partidos la abstención fue abrumadora. En la capital del estado el nuevo presidente municipal consiguió la posición con el 11% de los votos.

El nuevo gobernador, carente de toda legitimidad, emprendió un gobierno despótico, con agresión constante a los movimientos populares, las organizaciones autónomas y las iniciativas de la sociedad civil. Realizó con recursos federales toda suerte de obras sin sentido, que tenían el doble propósito de ganar votos y de generar recursos para la campaña presidencial del candidato del PRI (sustraídos en forma corrupta).

A medida que se acercaba el 2 de julio el gobierno multiplicó las acciones de presión sobre los electores. Hubo de todo: intimidación, amenazas, encarcelamiento, violencia directa, compra de votos, uso ilegal de todos los recursos públicos, etc. Nunca antes, a pesar de la larga historia fraudulenta y manipuladora del PRI, se había visto algo semejante.

A mediados de mayo empezó una huelga-plantón de la sección 22 del sindicato de maestros. Este sindicato es uno de los más grandes y corruptos del país y ha estado tradicionalmente sujeto a la manipulación del PRI y el gobierno. Hace dos décadas los maestros de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, así como algunos de la ciudad de México, se rebelaron contra la dirección priísta del sindicato, pretendieron colocarse a la izquierda del espectro ideológico y formaron una coordinación, sin salirse del sindicato.

La sección sindical de los maestros de Oaxaca ha tenido una historia muy compleja, que no es posible relatar aquí. En todo caso, es sabido que los dirigentes han recibido regularmente recursos de los gobiernos del PRI. Cada año realizan movilizaciones que interrumpen las clases y el tránsito de la capital y cada año, sin falta, los líderes consiguen prebendas adicionales para ellos y para los maestros.

Cuando empezaron esta vez su movilización la gente no le dio mayor importancia: era lo de costumbre. Cuando ocuparon la principal plaza de Oaxaca, con sus modernas tiendas de campaña para instalarse ahí por una larga temporada, y empezaron a cerrar caóticamente calles, establecimientos comerciales, edificios públicos, bancos y hoteles, la gente empezó a preocuparsey a irritarse. El gobierno empezó entonces una campaña mediática contra ellos, señalando que el gobierno estaba haciendo un esfuerzo extraordinario para concederles todo lo que podía dárseles y que buscaba el diálogo, pero los maestros mostraban cerrazón total.

El gobierno creyó entonces que se había creado un clima de opinión pública suficientemente adverso contra los maestros y montó una torpe represión, que causó heridos tanto entre los maestros como entre los policías. La acción fue acaso como la gota que derrama el vaso. Quienes estaban cada vez más enojados con los maestros, por los trastornos que causaban en su vida cotidiana y el abandono de las escuelas, se pusieron de pronto de su lado. Empezaron a expresarse todos los resentimientos contra el gobernador. La corrupta dirigencia del sindicato de maestros quedó rebasada y se formó de la noche a la mañana un movimiento orientado a expulsar al gobernador -una iniciativa que en Oaxaca tiene claros antecedentes. Pocos gobernadores de Oaxaca han logrado terminar su periodo en los últimos años.

En todo el estado la gente salió a la calle. Tomaron los edificios públicos en 22 municipios gobernados por el PRI. Participaron en la marcha de más amplia participación ciudadana de que se tiene memoria; se estima que la cuarta parte de los oaxaqueños tomaron parte en ella. Nació en ese contexto la Asamblea Popular del Pueblo Oaxaqueño (APPO), que aglutinó rápidamente a cientos de organizaciones sociales y organismos de la sociedad civil, capaz de articular las iniciativas dispersas de personas y grupos y concertarlas con el movimiento magisterial.

Los resultados de las elecciones, el 2 de julio, tomaron a todos por sorpresa. Hubo alta participación ciudadana, pero en vez del millón de votos que el gobernador Ulises Ruiz prometió a Madrazo, el PRI sufrió la peor derrota de su historia. Prácticamente desapareció del estado. Sólo obtuvo un triunfo en los once distritos electorales, para la elección de diputados federales, perdió la de senadores y su candidato presidencial registró una votación ínfima, en su mayor parte derivada de manipulaciones muy sofisticadas de los votantes. En un estado en que ha predominado indiferencia o rechazo ante el sistema electoral, en el que se sufrió un claro desaliento por el fraude reciente en la elección de gobernador (que había despertado algún interés en la población para oponerse al PRI), es claro que la gente decidió dar un uso político a su voto para expresar de esa manera su rechazo al gobernador y al sistema.

Hasta el 2 de julio el gobernador Ruiz había mantenido la esperanza de ocupar con Madrazo una posición de primer nivel en el gobierno federal. Ante el resultado se ha estado aferrando hasta con las uñas a su gubernatura. Realizó cambios en su gabinete y empezó a hacer todo género de concesiones a los maestros, tratando de separar su movimiento de la APPO y de aislar a ésta, presentándola como un conjunto de pequeños grupos marginales y minoritarios.

En el seno de la APPO se propuso crear un gobierno popular alternativo, bien sustentado en las autonomías de base. La propuesta no fue aceptada, pero se han estado aprobando iniciativas que avanzan en dos direcciones:

La perspectiva

Calderón y López Obrador representan posiciones ideológicas y grupos de interés muy diferentes. Ningunos de los dos, empero, tendría suficiente margen de maniobra político y económico, dentro y fuera del país, para alterar de modo sustantivo el rumbo y enfrentar a fondo las crisis actuales.

Calderón tratará de llevar más lejos la orientación del presidente Fox, que no ha sido sino la continuación de la que dieron a sus gobiernos los presidentes de la Madrid, Salinas y Zedillo. Sin apartarse de los lineamientos del Consenso de Washington, intentaría implementar las llamadas "reformas estructurales" que Fox fue incapaz de sacar adelante, para profundizar el esquema neoliberal, abrir a la inversión privada extranjera el sector energético, etc. Conforme a las orientaciones del Banco Mundial, seguiría individualizando la atención a los pobres, pero el énfasis de su gobierno estaría indudablemente en el apoyo al capital y el llamado "libre mercado", en nombre de la generación de empleo.

López Obrador tendría una posición más digna en política exterior, recuperando las tradiciones mexicanas en la materia y abandonando la posición más o menos abyecta que llegó a adoptar el presidente Fox. Reivindicaría posiciones nacionalistas en campos como el de la energía, en sintonía con las que han estado adoptando nuevos dirigentes de América del Sur, sobre todo en Bolivia y Venezuela. Llevaría a la práctica algunos de los esquemas que puso a prueba en la ciudad de México para apoyar a los más pobres. En general, intentaría seguramente dar contenido real a su lema de campaña y de gobierno "Primero los pobres". Podría dar cauce democrático a las contradicciones y tensiones sociales que surgirán inevitablemente en los próximos años.

La orientación neoliberal genera una polarización social que se manifestó con claridad el 2 de julio. Más allá de manipulaciones y sesgos, o sea, aún descontando el apoyo ilegítimo a Calderón por la intervención a su favor del gobierno, los medios y las instituciones electorales y por el manejo fraudulento de la votación (cuya verdadera magnitud se desconoce), es evidente que votaron por él sectores medios que han recibido ventajas materiales significativas en este periodo. Se trata de grupos minoritarios pero amplios, que asumen como propia la ideología dominante. Por esta razón, por las complejas relaciones que constituyen el Estado moderno y lo han transformado ya en un sentido específico, y por el contexto internacional, "el proyecto neoliberal no puede detenerse o revertirse solamente a nivel del Estado" (Ulrico Brand, La Jornada, 2-07-06).

López Obrador parece estar consciente de ello. Desde hace años señaló que sólo pretendía "limar las aristas más agresivas del proyecto neoliberal". Es lo que han hecho dirigentes progresistas y a la izquierda en América del Sur. En los casos de Argentina y Brasil, que van ya en el cuarto año del ejercicio, pueden verse ya los resultados. En Argentina, el conjunto de los sectores populares, que recibía el 32.5% del PIB en 2001, recibió solamente el 26.7% en 2005. La porción de los sectores más acomodados (3.8% de la población) pasó del 54.2% al 56.2%. En 2005 más de dos millones de personas "pobres" estaban recibiendo subsidios directos. En Brasil se apoya directamente a nueve millones de familias pobres, mientras aumenta, más que en ningún otro país latinoamericano, el número de ricos. Raúl Zibechi ha descrito el panorama con claridad:

Concentración de riqueza, arriba; control de los pobres no organizados a través de subsidios, abajo. Las llamadas clases mediaspagan los costos de los subsidios de los más pobres y el escandaloso aumento de la riqueza de los más ricos. Este es uno de los ejes centrales de la nueva gobernabilidad. El otro es la relegitimación de los estados gracias a la apropiación de banderas históricas de las izquierdas y los movimientosy un discurso que no ataca los problemas fundamentales, pero divide a los sectores populares. El Estado que está emergiendo de la gobernabilidad progresista parece más estable, legitimado y potente que el de la década neoliberal. Pero puede, por eso, ser más temible para los de abajo. (La Jornada, 30-06-06).

Esa es la perspectiva. Parece inevitable que se profundicen la crisis de legitimidad del Estado, la polarización social y las dificultades económicas, al tiempo que continúa aceleradamente la destrucción del ambiente, la violencia en todos los ámbitos y la descomposición social. Un gobierno de centro-derecha o de derecha abierta, como podría ser el de Calderón, y un gobierno progresista o de izquierda abierta, como podría ser el de López Obrador, impondrían matices muy distintos a la represión o la militarización abierta que sus gobiernos tendrían que emplear ante el creciente descontento popular, que ya no parece posible contener y pasa cada vez más a la acción directa.

En la marcha de los adherentes a La Otra, realizada el 2 de julio en la capital, el subcomandante Marcos señaló:

Estamos muy alegres porque por primera vez en la historia de este país, en un día de elecciones, nosotros, que no estamos mirando allá arriba, tenemos por fin un lugar a dónde mirar y organizarnos, abajo y a la izquierda. Hoy en la tarde los de abajo tendrán que contar. No tendrán allá arriba quien los escuche, pero tienen en nosotros, en nosotras, en la otra campaña, un espacio. A partir de mañana el pueblo de México sabrá que hay otra alternativa, otro camino, otra forma de hacer política. (La Jornada, 3-07-06).

Luis Villoro fue un prominente asesor de los zapatistas en las negociaciones de San Andrés y es uno de los más destacados intelectuales públicos de México. Formó parte de un Consejo Consultivo para López Obrador, en su campaña. El 13 de julio lanzó un grito de alarma ante nuestra nación dividida. Su reflexión concluye de manera que no deja lugar a dudas: "Se confirmaría entonces, escribió, que la otra campaña sigue la única vía posible". (La Jornada, 13-07-06). Creo que tiene razón.


NOTAS

  1. Intervención en la conferencia "Another World is Necessary: Justice, Sustainable Development and Sovereignty", San Miguel de Allende, julio 19-26. He utilizado para esta intervención extensos fragmentos de Celebración del Zapatismo, México: Ediciones ¡Basta!, 2005
  2. En "Imaginar la esperanza", mi columna en Reforma (13/07/05) razoné y ejemplifiqué estos adjetivos.
  3. Pablo González Casanova, que no ha ocultado su compromiso con La Otra y su distancia de la lucha electoral, considera de gran importancia impedir que se viole el voto popular. "Si creemos que López Obrador ganó", escribió el 12 de julio, "debemos decirlo públicamente, como lo hizo el delegado Zero de los zapatistas". González Casanova considerá que esto es un apremio práctico que podemos hacer efectivo. Sostiene que "afirmar nuestra identidad personal y de grupo y nuestra solidaridad entre diferencias permitirá construir la alternativa de un mundo posible y necesario". (La Jornada, 12-07-06)

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