Argentina:
1. Los Datos del Problema
2. La Infamia Universal del Capital.



    3 de marzo de  2002

ARGENTINA: LOS DATOS DEL PROBLEMA

  por GUILLERMO ALMEYRA


Lo que sucede en Argentina no es sino el espejo de lo que puede suceder,
con otros ritmos, en  otros países. El Financial Times, por ejemplo, dice
que Japón está a cuatro años de convertirse en otra Argentina. Y el coctel
explosivo formado por  la sobrevaloración del peso, el pago de servicios de
la deuda superiores al flujo de las inversiones extranjeras, la dependencia
de las importaciones, el  aumento constante de la desocupación y de la
miseria que reduce la masa  impositiva y aumenta la tensión social, la
destrucción de la industria nacional  media y pequeña, principal fuente de
trabajo, el carácter usurario del sistema  bancario, la corrupción oficial
y la crisis y el descrédito de los organismos de mediación, comenzando por
los partidos, se presenta también en otros países "emergentes", y la
política imperialista de Estados Unidos y de los organismos internacionales
al servicio de éste hacen el resto.


Conviene pues aprender de lo que pasa en Argentina, porque de te fabula
narratur. Además, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI)
buscan poner de rodillas a Argentina para destruir el Mercosur, golpear a
Brasil e imponer el ALCA. Hay un uso criminal de la crisis para realizar
una política internacional que no excluye a ningún país: ni a los
latinoamericanos ni a los competidores  europeos de Estados Unidos, que son
los principales inversionistas en el Cono Sur. La propuesta formulada en el
FMI, de inaugurar la posibilidad de quiebra de un país con el caso
argentino, y del economista del MIT Rudiger Dornbusch -publicada el 1º de
marzo por El Cronista, de Buenos Aires-, de nombrar por cinco años
comisionados generales para Argentina que controlen la política fiscal, la
emisión monetaria y la administración de los impuestos, tal como  hicieron
los aliados en el caso de Austria después de la Segunda Guerra Mundial,
hace volver al siglo XIX, con la ocupación del puerto de Veracruz o del de
Caracas, y plantea un importante precedente ante el cual ningún país
soberano  puede quedar callado.


El fondo de la maniobra que se está intentando es hundir cada vez más al
país para llevar a la  dolarización de su moneda, como en Panamá, El
Salvador o Ecuador, pero en la magnitud de la economía argentina. La
soberanía de todos los países está pues en  peligro.


Frente a esto, el gobierno de Eduardo Duhalde es estrábico y mira con un
ojo hacia el FMI y con el otro a la crisis política y social. Su intento de
juntar el agua y el aceite es patético, y las grandes empresas, al igual
que la banca extranjera, lo consideran un peligro, mientras la mitad de la
población, según las encuestas, exige que se vaya aunque no proponga a
nadie llenar el vacío.


Por su parte, las asambleas populares y los piquetes, que algunos borrachos
de ultraizquierdismo llaman sin más a gobernar, siguen siendo heterogéneos
y minoritarios. Ellos mueven en todo el territorio nacional algunos
centenares de miles de personas, lo cual es muy importante, pero es poco en
un país de 36 millones de habitantes. Sobre todo, plantean sólo objetivos
generales (no pagar la deuda, la estatización de la banca y de las empresas
fundamentales, acabar con la corrupción), que son muy justos, pero deben ir
acompañados -para ser algo  más que una expresión de deseos- por medidas y
propuestas concretas que lleven a  su realización. Y, en primer lugar, por
la unidad en torno de algunos objetivos  programáticos fundamentales entre
quienes buscan mantener la independencia  nacional y reconstruir el país
sobre bases todavía capitalistas, y los que  luchan en cambio por una
alternativa socialista.


Además, es fundamental romper la visión puramente local y nacionalista, de
modo de ligar las movilizaciones en Argentina con las bolivianas, las
paraguayas, el proceso brasileño, el ecuatoriano, aunque sólo fuere en las
declaraciones, los llamados, la elaboración de un programa común de
liberación antimperialista. Si no se desarrollan planes concretos para los
problemas concretos, por barrio, por región, por provincia, y no se
organiza su aplicación directa por las fuerzas que buscan autorganizarse y
dar una respuesta propia a la crisis, queda el camino abierto a los que
buscan una solución reaccionaria. Hay millones de personas cuya cabeza
todavía hay que ganar, que hasta ahora sólo se han movilizado muy
parcialmente y cuyo apoyo deberían buscar y organizar los que no  se
resignan a ser esclavos de Washington para que no los canalicen otros. Los
banqueros y las empresas, como ha admitido el propio ministro de Defensa,
se están reuniendo con altos jefes militares y en la revista Tiempo militar
han aparecido llamados a la dictadura. Duhalde podría caer por la derecha o
ser utilizado para imponer el "orden" de los banqueros y del FMI.


Una vez más, lo esencial es unir fuerzas en lo que es común, abandonar
delirios ideológicos y  sectarismos, construir y difundir un programa
creíble y trocar la actual crisis de dominación en un proyecto de
transformación social del país. 


   galmeyra@jornada.com.mx


Argentina | www.agp.org

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    2  de marzo de 2002

ARGENTINA: LA INFAMIA UNIVERSAL DEL CAPITAL


  por ADOLFO  GILLY



Por su duración, por su radicalidad práctica, por  su carácter casi
totalmente urbano, por su despliegue de experiencia de lucha acumulada y
por su extensión a múltiples ciudades en todo el territorio del  país, la
rebelión argentina casi no tiene precedentes, si es que alguna  tiene.


La aparición a plena luz de la movilización y del discurso de los hechos de
las multitudes urbanas, la reapropiación discursiva de  la palabra "pueblo"
en el lugar ocupado por el ambiguo sucedáneo "gente", el vaciamiento y la
deslegitimación repentinos -pero largamente preparados en procesos y
experiencias anteriores- de la política entendida como simulación y de la
entera clase política como ocupantes y propietarios de la gran escena de
la "democracia", son algunos de los rasgos de la novedad total de la
situación  en el país del sur.


Esa novedad, sin embargo, viene de lejos. Ahora que sale violentamente a la
luz, en muchos existe un miedo de mirarla porque temen que queden
congelados sus antiguos modos y costumbres de pensar y  explicar.


Aunque esto sea verdad, no es solamente un "modelo  económico neoliberal"
lo que tronó en Argentina. Si además miramos a lo que el  pueblo hizo ante
ese truene, las cosas van más lejos. Lo que quebró y se fundió es una
parte, pequeña pero muy significativa, del circuito de la valorización
global del capital.


Definir la quiebra de la economía capitalista argentina como un
cortocircuito del proceso global de valorización y de acumulación no es una
metáfora demasiado lejana de la realidad.


En ese circuito global, controlado por los organismos y los centros de las
finanzas internacionales, Argentina pasó de vitrina de lujo de las virtudes
de la privatización, la desregulación y la  apertura irrestrictas de la
economía, a la categoría de fusible. Los centros rectores de las finanzas
internacionales -el Departamento del Tesoro de Estados  Unidos, su
subordinado el Fondo Monetario Internacional y el Servicio Privado de
Seguridad de ambos, más conocido como el Pentágono-, llegado el momento no
realizaron la esperada (por sus socios argentinos) operación de salvamento
y dejaron que el fusible cumpliera su función: que se fundiera para
asegurar la continuidad del sistema.


Se trataba de dejar quebrar un sector considerado marginal, un país del fin
del mundo, para escarmentar a quienes se resistieran a llevar hasta el fin
en las relaciones sociales y en la política las reformas  exigidas por el
capital financiero. No habría contagio económico, decían, no habría
debilitamiento militar estratégico y en una recesión siempre es bueno un
saneamiento del capital por destrucción de sus sectores marginales u
obsoletos: por ejemplo, Argentina.


Aquellos centros rectores ven al mundo como una  red de intercambios de
mercancías y de circulación de capitales, es decir, como una red de
relaciones entre cosas y no de relaciones entre seres humanos.


Por eso no podían alcanzar a imaginar cuál iba a  ser la reacción de esa
comunidad de seres humanos que viven en aquel lejano territorio y que se
llaman "argentinos". No llegaron a sospechar la rebelión  inminente de esa
entidad que se llama "pueblo", que es el sujeto -no las cosas, no los
capitales- de cualquier sistema económico imaginable.


No contaron con "la economía moral de la  multitud", como la llamaba E. P.
Thompson, en cuyos marcos, agregaba, "la ética  popular legitima la acción
directa de la muchedumbre", no las negociaciones  opacas de las elites
políticas gobernantes. En consecuencia, contra todas las  disposiciones
constitucionales y legales que sancionan la supuesta  "inviolabilidad de la
propiedad privada", el capital financiero, sus socios argentinos y los
gobernantes de los partidos a su servicio realizaron una  expropiación
masiva de los ahorros y los salarios de ese pueblo, vaciaron las cajas y,
en complicidad con los bancos extranjeros cuyas matrices se negaron a
responder por el desfalco, se llevaron decenas de miles de millones de
dólares de los ahorristas dejando las arcas vacías e imposibilitadas  de
devolver los pequeños depósitos.


En una operación de delincuentes cercana a una  escena del teatro del
grotesco, en los días previos a la quiebra bancaria cientos de camiones
blindados de transporte de valores se dirigieron en caravana  a los dos
aeropuertos de Buenos Aires para sacar por vía aérea su carga de billetes
en dólares, llevándose consigo los depósitos de los ahorristas y
precipitando la inminente quiebra.


Esta faz delictiva, depredadora y cínica del capital es la misma que se
mostró en su mero centro mundial, Estados Unidos, con la quiebra de Enron,
empresa estrechamente ligada a la elite gobernante del presidente Bush.


Los grandes inversionistas y miembros del consejo de administración de
Enron vendieron sus acciones en agosto pasado, sabiendo inminente la
catástrofe, dejando que se convirtieran en humo fondos de  jubilación de
sus empleados, colocados en acciones de la empresa.


Aquellos se llevaron los millones, éstos se quedaron sin ahorros y sin empleo.


No se trata sólo de un caso de "crony capitalism, american style"
(capitalismo mafioso, estilo norteamericano), como con contenida  y
legítima ira lo llama Paul Krugman en su columna de The New York Times. Va
más  lejos. Se trata del modo de funcionamiento del capital en nuestros
días, tanto  en Argentina como en Estados Unidos.


No son rasgos mafiosos, es su rostro verdadero, en el cual se confunden en
un solo haz las operaciones financieras, la industria de armamentos, el
narco y los negocios de la clase política al servicio de ese
funcionamiento. Es significativa la lúcida percepción de las multitudes de
Buenos Aires, Rosario, Córdoba y las demás ciudades argentinas.


El objeto de su odio y su desquite no fueron  Estados Unidos como país o su
bandera como símbolo.


Fueron los bancos y sus sucursales, sin hacer distinción entre bancos
extranjeros y argentinos. Todos fueron atacados, sus vitrinas destruidas,
sus computadoras reventadas contra el pavimento, sus  papeles arrojados al
viento.


Algunos supermercados habían sido saqueados porque el pueblo no tiene qué
comer: Muchos pagaron con la vida el atrevimiento. Pero de las sucursales
bancarias nada había que sacar y nada se llevaron. No había en estas
destrucciones ni pizca de vandalismo.


Eran una expresión altamente política, pues no se equivocaba en el objeto
de su ataque, de aquella "ética popular" que "legitima  la acción directa
de la muchedumbre", esa que Thompson vio en las multitudes inglesas del
siglo XVIII y que, trasfigurada, reaparece cada vez que la ira del pueblo
desborda a su paciencia.


El preciso objeto del odio fue el capital  financiero en su representación
material en las ciudades: las sucursales de los bancos que se habían robado
el dinero de los que tienen poco, los ahorristas, y  protegido el dinero de
los que tienen mucho, los inversionistas (quienes invierten y ganan también
con el dinero de los ahorristas obtenido a través de  préstamos de esos
mismos bancos).


Las consecuencias económicas de este desastroso cortocircuito del capital
global en Argentina todavía no alcanzan a ser percibidas. La élite
financiera mundial (de la cual forman parte los financistas  argentinos),
que no temía al contagio económico de la crisis (como llegaron a  temerlo
en la crisis mexicana de 1995), comienza ahora a percibir la amenaza del
contagio social de la movilización sin precedentes de las multitudes
urbanas argentinas.


Por otra parte, la pieza rota del sistema global no parece fácil de
recomponer. Los bancos y las finanzas no funcionan porque tienen en sus
cuentas o en sus arcas los símbolos materiales del dinero, sino  porque a
través de ellos y por la confianza en ellos manejan el dinero de los
depósitos.


Aunque volviera una apariencia de normalidad en el funcionamiento de los
bancos, ¿cuántos argentinos van a volver a depositar allí  sus salarios,
sus fondos de jubilación, sus ahorros, el producto monetario de  sus
trabajos, sus privaciones y sus penas puesto al cuidado de esas
instituciones para poder cubrir gastos futuros, planes de vida o desgracias
imprevistas?}


La quiebra del sistema financiero argentino no es  un simple producto de
los políticos corruptos y de los administradores incapaces, aunque ambas
especies estén presentes.


Es una expresión concentrada de la infamia universal del capital, de la
crueldad impersonal de un sistema social que tiene su lugar ganado en la
historia universal de la infamia.


La tragedia argentina, pero sobre todo la rebelión de las multitudes
urbanas en este verano violento que vive el país del sur, incita y exige
volver a pensar la vida y el futuro fuera de los marcos de ese  sistema.


No aparece visible una salida inmediata que no  sea, como será, un precario
remiendo de la expropiación de los pobres por los  ricos y de los
trabajadores por los financistas.


Pero la rebelión y su experiencia, junto con el miserable fracaso de todos
los políticos del régimen existente, requieren y permiten persistir en
pensar, además de las urgentes medidas inmediatas, una  sociedad y un mundo
fuera de la relación de capital, como lo pensaron los socialistas de los
dos siglos pasados, sin cuyos trabajos y cuya obra práctica  la infamia del
sistema no habría tenido los contenes que tuvo.


No es para mañana, ahora que urgencias inmediatas  nos esperan. Pero el
hechizo está roto, no ya en la teoría, sino en la acción  práctica de esta
fantástica rebelión de las ciudades.


El nuevo siglo no empezó el 11de septiembre de 2001 con los atentados
terroristas contra las Torres Gemelas donde murieron miles de trabajadores.


Empezó antes, en julio de ese año, cuando en Génova la multitud organizada
del trabajo italiano cercó a los Ocho Grandes encerrados en un barco de
guerra.


Esa acción simbólica se prolonga y se expande ahora en la acción práctica
de las ciudades argentinas.


De Génova a Buenos Aires, las ciudades son nuestras. Atreverse otra vez a
pensar y a imaginar el socialismo, la sociedad de los iguales y de los
libres, contra esta barbarie sin sentido y sin piedad que  es el mundo
global del capital, es el mensaje que en este nuevo viento del sur puede
leerse.

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